La Inquisición es posiblemente una de las instituciones que acarrea más connotaciones negativas: épocas remotas, ambientes góticos, salas ocultas repletas de aparatos de tortura, personajes siniestros… En realidad ese ambiente existía en las sociedades europeas del Antiguo Régimen, tanto civiles como eclesiásticas. De hecho, los tribunales civiles solían producir mucho más pavor que los de la Inquisición. Con ello quiero decir que los hechos históricos hay que examinarlos en su contexto, tal como advierte el adagio latino: Distingue tempora et concordabis iura.

El Santo Oficio de la Inquisición nació a raíz de los movimientos heréticos que empezaron a florecer, durante los primeros tiempos del segundo milenio, en el seno de la Iglesia Católica. Alejandro III, durante el Concilio de Tours (1163) ordenó a las diócesis que destapasen y juzgasen los casos de herejía. Unos años más tarde, Lucio III instituyó la confiscación de los bienes de los condenados. Ya en el siglo XIII, Gregorio IX implantó la pena de la hoguera para los acusados que persistiesen en su herejía. Pero la Inquisición no sólo trató sobre estos casos, también atendió casos de sacrilegio, blasfemia, sodomía, adulterio, incesto, usura…

La Inquisición en Mallorca surgió tras la conquista de 1229 y estuvo directamente relacionada con la figura del dominico Ramon de Penyafort, que había recibido del Papa el encargo de organizar el Santo Oficio en la Corona de Aragón. En 1313, el Papa Clemente V otorgó un distrito inquisitorial propio para la Corona de Mallorca. De la Inquisición de estos primeros siglos sabemos poco. No se detecta una actividad como la que tuvo a partir de 1488.

Primeros cambios

En ese año la situación se modificó, ya que en Mallorca se vivió un cambio en la estructura y organización de la institución, impulsado directamente por los Reyes Católicos. La nueva Inquisición se instauró estratégicamente en todos los territorios de la monarquía hispánica mediante Tribunales de Distrito. Éstos a su vez dependían del Consejo de la Suprema Inquisición, que estaba regido por el Inquisidor General, encargado, entre otras cosas, de nombrar a los inquisidores repartidos por los dominios del rey.

Así, en 1488 fueron nombrados dos nuevos inquisidores de Mallorca: Sancho Marín y Pedro Pérez de Munebrega. Estos dos personajes fueron los encargados de dar el golpe de timón a la institución. Los cronistas los recordaban como aquellos del adveniment dels quals multi turbati fuerunt.

En un primer momento la nueva Inquisición se instaló en las dependencias del castillo del Temple, aunque unos años más tarde se trasladaron a una casa situada en la calle del convento de Sant Francesc, la actual casa de Can Fàbregues, y que en aquella época fue conocida como ´Llonjeta de l´inquisidor Gual´ (Pere Gual, 1493-95). Entre 1488 y 1535 tuvo lugar en la isla una intensa actividad inquisitorial, motivada sobre todo por la cuestión de la conversión de los judíos. En este periodo surgen los primeros relajados (reos entregados por el inquisidor al juez secular por estar condenados a la pena capital), aunque casi todos ellos no fueron ejecutados en persona, sino en efigie (un muñeco o figura). Muchas de las personas juzgadas consiguieron escapar de la isla, por eso a la hora de ejecutar la sentencia se quemaba en su lugar un muñeco o figura, aunque hubo varios casos en que las ejecuciones fueron en persona.

En un segundo período (1536-1675), prácticamente desaparecieron las relajaciones. Se agudizó un poco el tema de las falsas conversiones de algunos esclavos musulmanes y también hubo problemas con los cristianos viejos, sobre todo con algunos elementos de la nobleza que por ser familiares de algún miembro de la Inquisición gozaban de una serie de privilegios jurídicos, fiscales, armas, exenciones sobre las levas… que les hacían inmunes ante los tribunales civiles. El conflicto surgido entre los tribunales civil y eclesiástico provocó que se destapasen toda una serie de casos de corrupción en que aparecieron involucrados muchos miembros del Tribunal del Santo Oficio.

Por ello, en 1569 desembarcó en Mallorca el inquisidor Andrés Santos con la finalidad de realizar una inspección. Tras descubrir las graves acusaciones que recaían sobre el inquisidor Miquel Gual, éste fue destituido junto a otros miembros del Tribunal. Félix Ebia de Oviedo fue nombrado el nuevo responsable de la institución eclesiástica, inaugurando un nuevo periodo inquisitorial. Precisamente, Ebia de Oviedo fue quien abandonó la antigua sede de la calle Convent de Sant Francesc –Can Fàbregues–, para trasladarse a la nueva, que fue conocida durante siglos como Sa Casa Negre.

Persecución judía

Sin duda el momento más activo, y quizás de los más trágicos, con consecuencias nefastas, fue el corto periodo comprendido entre 1676 y 1691 en que tuvieron lugar nuevos actos de fe. Durante este tiempo se persiguió a los criptojudaizantes mallorquines, que en esa época empezaron a ser conocidos popularmente como los xuetes. La Inquisición condenó a 86 personas, de las cuales se ejecutaron 36. De estas últimas, tres fueron quemadas vivas en el solar que hoy ocupa la plaza Gomila: Rafel Valls –el rabino–, su discípulo Rafel Benet Tarongí y su hermana Caterina, una mujer valiente que confesó hasta su muerte saberse judía y que lo sería siempre.

¿A qué respondía esa última oleada inquisitorial? Según Lleonard Muntaner, la actuación del Tribunal de la Inquisición de Mallorca respondió a la última campaña desarrollada por la alta jerarquía inquisitorial española contra los judaizantes, la cual se había originado tras la oleada migratoria de judíos portugueses, que desde finales del siglo XVI se había empezado a detectar en las coronas de Castilla y Aragón por parte del Supremo Consejo.

A partir del siglo XVIII la Inquisición entró en un proceso de declive imparable, hasta que los aires renovadores de principios del siglo XIX precipitaron su desaparición. La tirria que le tenían no pocos ciudadanos provocó en 1812, jurada la Constitución por Fernando VII, el asalto y saqueo de Sa Casa Negre. Años más tarde el Ayuntamiento de Palma decidió su demolición, para posteriormente aprovechar su solar para instalar un nuevo mercado. Eran los balbuceos de lo que con el tiempo sería la plaza Major.