Palma está salvada. Por el momento. Aún quedan lugares para la esperanza. Uno de ellos es el Forn Fondo. Un honor en las mismas manos, los Llull. Cien años. Impensable en ciudad franquicia.

Cuando sa Riera pasaba por Unió no había un puente que permitiera estrechar las dos orillas, de ahí que aquel horno al que muchos acudían acabara siendo denominado el Forn Fondo. Al menos así lo piensa la familia Llull, propietaria del ya centenario negocio que, sin embargo, se inició por la calle Capuchinas. Aún permanecen aquellos cuatro peldaños en el horno del que rastreando por viejos legajos han encontrado restos de su historia. "Antes los hornos, al igual que iglesias, eran referencias para situar a alguien en el mapa. Nosotros encontramos una anotación sobre un fallecido que vivía cerca de una finca y del Forn Fondo", cuenta Pau Llull Riera, la cuarta generación de una familia muy salada y dulce, según gustos.

Sería su bisabuelo Jaime Llull Gelabert y, sobre todo su bisabuela Francisca Cañellas Pons, quienes se liaron la manta y se hicieron con aquel horno de la calle Unió en 1911. "Mi bisabuela procedía de una familia de panaderos y pasteleros. Sus padres regentaban el Forn de la Plaça en la plaza Major. Coger el Forn Fondo fue una oportunidad", relata el biznieto.

El bisabuelo tenía ojo y se inclinó en su reforma por imprimir cierto sesgo de la época. De ahí que en la reforma que hizo del local, ganó metros y alcanzó la calle Unió donde colocaría la entrada al negocio. Aún sigue ahí el rótulo con grafía modernista. Cien años después. Los herederos no saben a quién encargó el bisabuelo el rótulo del local. Entre sus vecinos de barrio, el Gran Hotel de Lluís Domènech i Montaner que sería el primer trino modernista en la zona. Le seguirían Can Casasayas y la Pensión Menorquina, de Francesc Roca, de 1908, 1911.

Si Jaime y Francisca encendieron el Forn Fondo, su hijo Pau Llull fue el hombre de las neveras. Gracias a la introducción del electrodoméstico la carta de dulces fue ampliándose: se hicieron famosos sus pasteles de nata y de trufa. Estamos en plena posguerra y aquel hombre miraría de frente. Junto a su esposa Bárbara Mayol conforman la segunda generación, sólo que la muerte se lo llevó temprano. El hijo Jaime tendría que agarrar las riendas y codo con codo, madre e hijo siguieron echando miga al pan. Vivieron de pleno el boom turístico y acabaron sirviendo a los mejores hoteles de Palma como el Son Vida, el Victoria o el Valparaiso.

Pau Llull Riera recuerda corretear desde pequeño por el negocio de los padres, Jaime y Margarita Riera. "He vivido entre dulces pero estoy delgadito ¿no?", bromea el último eslábón, junto a su hermana Neus, de una cadena hecha a fuego lento.

"Estudié empresariales pero tuve que elegir entre seguir mi carrera u ocuparme del negocio familiar. Mi padre se puso enfermo y no tuve dudas. Aquí estoy, y además me gusta", subraya Pau. A su juicio, la pervivencia de un horno como el suyo se debe a que "quienes lo han llevado también han sido pasteleros, panaderos". Él sigue ese traza: hay que meter las manos en la masa. No basta con saber hacer números.

Neus, su hermana de poco más de veinte años, despacha sin tregua unas duquesas de pollo de pasta dulce –son un talismán del Forn Fondo– o un florentina o pan. No hay quien no acabe cediendo a la tentación si arrima su paso por Unió. Entre clientes incondicionales, Pau recuerda a Xesc Forteza que siempre se compraba un pastelillo al salir de la función del Principal; o a Mary Santpere, que "se hizo muy amiga de mi abuela y se paraba a hablar con ella un rato largo", o a los futbolistas. "Tengo fotos con Zubizarreta, Koeman, Fernando Hierro.... Yo era un crío. Hoy los futbolistas no pasean por las ciudades...", apunta.