Los paraguas serigrafiados de Mónica Abad salen a la calle y aún no ha caído ni una gota. Hasta la avenida arbolada de Miquel Marquès se acercan a saludar a la nueva inquilina ­–"cada vez me gusta más lo que haces", le brinda un vecino–, que accedió a la invitación de Esperanza Locubiche de compartir su taller de restauración y conservación de muebles antiguos. La mañana huele a trementina y suena a música barroca. Apetece coger un pincel o darle al punzón como hace la recién llegada Isabel Trevín, que "con una mano delante y otra detrás" se vino a Mallorca desde Siero "a probar suerte". Ella es tallista de madera, y de nuevo la generosidad de Esperanza abrió una nueva ventana en su taller. Tres mujeres se afanan en sus artes y oficios mientras los del barrio pasan por Es Petit Taller y saludan su presencia.

"Me gusta lo que hace Candela", así llama la restauradora a Mónica; ella crea y yo conservo. Creo que ha aportado un rayo de luz al taller", aprecia Esperanza Locubiche. Ella llegó al taller que fundara trece años atrás Pepa Bover, y desde los últimos siete años lo lleva en solitario. Agradece haber aprendido "un montón" de ella y de Miguel Rubí, "un maestro de la restauración" que aún ahora le sigue dando consejos "cuando me siento perdida". Nació en Madrid pero mantiene un marcado acento vasco heredado de su madre. Al igual que Mónica Abad, vive en Sóller.

Cada mañana cogen el autobús y en apenas media hora se plantan en la que fuera Marqués de Fontsanta. El taller está en los bajos de un edificio que guarda todo su carácter, propiedad de Ángeles Puig. "Es un encanto de mujer y a sus 82 años es muy abierta. Le encanta lo que hace Mónica", subraya la restauradora.

La artista de Bilbao estudió Bellas Artes. Ha trabajado en serigrafía y la aplica a todo tipo de objetos, desde regalos de empresa que le encargan, "en Bilbao muchos, pero en Palma aún ninguno", dice sin queja. Mónica personaliza desde paraguas a sábanas, lámparas, salvamanteles y, sobre todo, devuelve dignidad a muebles que "tienen algo pese a no ser joyas de anticuario".

Ha terminado recientemente un aparador que servirá de decoración para un escaparate en una tienda de muebles de las avenidas. En Sóller, en el bar Can Pinxo, ha hecho un mural gigantesco de catorce paneles. También redecora los interiores de casas particulares.

Asegura que sus precios son más asequibles. "¡Con las horas que hago, ojalá pudiera chulearme de carera!", dice con una sonrisa. Sus paraguas serigrafiados cuestan 85 euros y los pequeños cuadros, 50.

Pasa una vecina y las saluda. "Es un barrio maravilloso, muy agradable y todo el vecindario te arropa. Me encanta estar a ras de suelo", comenta Esperanza. A Mónica e Isabel también.