Ya lo dijo Gaston Bachelard: si quieres admirar el infinito, contempla una miniatura. Muchas veces he pensado en la grave ignorancia que manifiesta gran parte de la arquitectura moderna. Apuesta casi siempre por grandes superficies, perspectivas verticales, espacios abiertos y líneas rectas. Mientras que la arquitectura antigua o espontánea es mucho más cercana al conocimiento orgánico, secreto y poético de lo laberíntico. Lejos de la funcionalidad aséptica de lo racional.

Nuestra ciudad tiene muchos ejemplos de esos paisajes casi miniaturizados. Como el Secar de la Real. A veces, me pierdo por esas calles que salen de la carretera principal. Entras así en un mundo remoto, de pequeñas casitas, rincones, huertos. Una multiplicidad que parece surgida de otra época.

Mientras que complejos como el Parc de la Riera o la muralla edificada del Passeig Marítim nos imponen una lectura de formas, nos abruman y extrovertizan, esos rincones parecen despertar por simpatía nuestros recuerdos más remotos.

Otro conjunto que encuentro perfecto, que no me canso de admirar, son las casitas de Can Barbarà. Esas que sirvieron de marco para las pelis de los años 60. Y que conservan su encanto casero, diminuto, de ventanas y retranqueos, huecos con algún árbol, balconadas y tejados.

El paisaje miniaturizado se extiende por toda la ciudad, pero de forma involuntaria, no protegida. Otro microcosmos que me gusta conocer con curiosidad y lentitud se halla en la zona de Ses Cadenes. Los contrastes, los restos del pasado, las canteras, las casetas, los huertos abandonados, coexisten con la utilización actual y algunos efluvios del cercano turismo. Pasear por los alrededores de esa zona, llamada así por las cadenas que cerraban un paso a nivel del antiguo tren, es como un viaje reflexivo al centro de nosotros mismos.

El estudio y la distribución de las formas tiene un efecto psíquico fuera de toda duda. Siempre deberíamos intentar que nuestras casas, nuestros barrios, favorecieran un intercambio con el mundo inmaterial de las sensaciones, los ensueños y recuerdos. Como vasos comunicantes entre el paisaje urbano y el espíritu.

Eso resulta muy difícil con los barrios uniformizados y rectilíneos. Pero surge espontáneamente cuando transcurres por mundos minúsculos, complejos, que de tan pequeños se hacen casi inabarcables.