Atesora historias mil como la entrada triunfante de un toro despistado que en plena trashumancia de las Avenidas al coso se extravió y acabó en el obrador de la panadería y pastelería La Mallorquina o la de un gato que acabó más que chumuscado porque alguien no vio que entre aquellos escombros a quemar había un minino. El pobre aparecería medio año después, cuando ya nadie daba un duro por su pellejo, despeluchado como felino de guerra.

No ha cumplido el centenario La Mallorquina pero le anda a la zaga. En 1918 abría el negocio Margarita Vila en el bajo del Teatro Principal. La cuarta generación asume riesgos en tiempos de vértigo y monta un nuevo local en Barón de Santa María del Sepulcro. "Soy de las que pienso, y mi padre me enseñó a ello, que cuando las cosas van mal hay que esforzarse más. Si después se arreglan, tú ya estarás en la parrilla de salida", opina Vanessa Cirer, biznieta de la fundadora de un negocio que no ha salido nunca de esta familia.

En otoño de 2008 fallecía inesperadamente Juan Cirer, después de haber dedicado su vida a la panadería y pastelería. La mayor de sus hijas, Vanessa, asumía el reto de ponerse al frente de un establecimiento que conocía pero con el que no estaba familiarizada porque ella profesionalmente se movía entre otras lindes. "Me topé con la crisis de pleno. Un golpe de realidad nada más empezar", señala.

Especializados en ensaimadas, han trasegado desde el local del Principal que a principios del siglo XX se llamó La Virreina, a la avenida Joan March esquina con 31 de Dessembre. Recientemente han cerrado el local de la avenida Argentina para abrir hueco en la perpendicular de Jaume III. Subraya Cirer las cuatro décadas que mantuvieron la concesión en el aeropuerto de Son Sant Joan, siendo la concesión administrativa que "pagaba más caro el metro cuadrado", apunta Vanessa Cirer.

Con más de treinta operarios, la actual propietaria junto a su hermana Lara, se siente orgullosa de poder mantener esta plantilla que "es como una gran familia, con sus más y sus menos". No se le cayeron los anillos cuando tuvo que reconocer ante los veteranos pasteleros que ella de este negocio no sabía casi nada pero que podía aportar sus conocimientos. Recuerda entre sus panaderos y pasteleros veteranos a Fernando Ramírez, Antonio Lledó y Juan Antonio Ginard. "Todos son hombres. ¡Al parecer es un negocio muy masculino...!".

"Respeto mucho a quien quiere innovar pero hoy por hoy lo que nos diferencia es un producto autóctono y tradicional", subraya Cirer. Entre las innovaciones, la construcción de una página web. "Cuando llegué aquí, la informática no existía para ellos. Así es que tuve que empezar poco a poco y encima en un momento en que los bancos cortaban ya los créditos", recuerda. Su cartera de clientes, pirrados mayormente por ensaimadas, cuartos embetumats, empanadas, cocarrois y cremadillos, entre una larga lista de calorías a gogó, proceden de Balears pero también de la península. "Son veraneantes que repiten y siempre al regresar a sus ciudades se llevan la ensaimada", apunta. Claro que deberán comérsela a todo correr porque es plato de vida corta.

De Margarita Vila a la abuela Catalina Mas y sus padres Juan Cirer y Concha Plaza, Vanessa va tomándole el pulso a un negocio que no siempre es dulce.