La ciudad que Mateo Isern quiere convertir en capital turística los 365 días del año cuenta sólo, tras el cierre del punto informativo dels Rentadors des Jonquet, que se producirá en unos días, con tres oficinas de información en el centro y una más en la Platja de Palma, por detrás de las cinco de Calvià y muy por detrás de las trece de Barcelona, donde además el salto cualitativo con respecto a Palma resulta abismal.

Sin conocer la ciudad, como los miles de visitantes que la recorren intentando descubrir sus atractivos sin más medios que los propios, toparse con una de estas oficinas, ya sea la del Parc de ses Estacions, el Parc de la Mar, el Casal Solleric o la Platja de Palma, sólo puede ser fruto de la casualidad. Pero aún así, hay tanta insistencia entre los turistas que cada día son muchos los agraciados con el milagro del hallazgo. ¿Qué encuentran, entonces, en esos kioskos multilingües de la información? Mapas, más mapas y todos los folletos de excursiones públicas y privadas que con los años hemos ido institucionalizando como oferta de uso exclusivo para visitantes. Lo demás depende de la competencia del encargado de turno. Queda al margen desde la oferta cultural y de espectáculos del día, hasta la recomendación de alguna exposición artística, restaurante o ruta gastronómica. Y por supuesto no se venden entradas. Por suerte, la Catedral o sa Llonja tienen suficiente atractivo visual para llamar la atención de los visitantes sin anuncios, aunque el templo posea un horario restringido y la joya del gótico civil se exhiba tras una muralla de contenedores de basura. Quizá el conseller de Turismo, Carlos Delgado, no se equivocó tanto cuando afirmó en el Parlament que a Mallorca siempre vendrán turistas aunque los políticos sean pésimos. Pero algún esfuerzo por renovar el viejo modelo no vendría mal, sobre todo cuando con tanta frecuencia se pone el turismo en la cúspide de las políticas que deben contar con todo el respaldo y el presupuesto de las instituciones.