Unos creen que la Sibil·la es sólo asunto de Mallorca, con la historieta de haber sido declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad –por cierto eso de patrimonio inmaterial tiene miga–; otros se deslocalizan más y acuden a las fuentes. El personaje de la tradición mitológica griega y romana tiene la facultad de adivinar ese territorio tan fangoso como es el futuro. En Mallorca la cantan voces blancas –a ser posible niños–, aunque es bien reconocida la versión que hizo en su día Maria del Mar Bonet. Pues ni uno ni otro concepto fueron los acicates que animaron a Mateu Mayol y Ester Morro a abrir su café restaurante Sibil·la. "Nos gustó cómo sonaba la palabra". Así. Sin más.

Desde hace cinco años sirven desayunos y menús en la trasegada Blanquerna, donde la mayoría de sus inquilinos aguardan a que "las aguas vuelvan a su cauce" y sea una calle peatonal "cien por cien", apunta el dueño de este local. "Hay que tener paciencia". Mateu cree que el ir y venir del equipo de Mateo Isern "es marear la perdiz".

Conoce al dedillo el barrio. En la calle nació su madre y su abuela. De hecho la finca donde está ubicado su café restaurante pertenece a la familia. Su madre Adela Gayà le cedió el local que ella utilizó para vender tallas grandes. Super Dona se llamaba. Era un alivio para tantas mujeres que se las veían y deseaban para encontrar una talla ajustada a su talle.

Amparado por su experiencia en el 13 Grados de Sant Felio decidió liarse la manta a la cabeza y aceptó la oferta de su madre. Pusieron patas arriba el local, derribaron muros y tabiques y lo dejaron como si fuera casi una vivienda. Que su mujer sea arquitecta facilitó el terreno. Las baldosas de Huguet en Campos, a imitación de la baldosa hidráulica mallorquina, les hace pie.

La afición por los trastos viejos de su mujer alimenta el espacio. "Hay muchos objetos y muebles comprados en rastros que luego ella restaura", cuenta el dueño de Sibil·la.

Desde las 8 de la mañana, las cafeteras están a punto. Humean y llenan el ambiente. Se sirven, aparte de con los habituales cruasanes y ensaimadas, con una larga lista de llonguets calientes desde 2 euros a 4,50 y los viernes, el de calamares. Es habitual ver a los vecinos del barrio y también a los trabajadores de la zona.

El menú diario, a 9.50 euros, puede tener entre sus platos pastel de zanahoria con sobrasada y miel, risotto con cebolla morada y trufa, crema de pimientos asados y comino o lentejas con tomillo. David Sánchez es el cocinero. Trabajó en el Red Bar de Portals, entre otros. Mateu también se cala el gorro y entra en cocina.

Los clientes llegan a comer desde lugares alejados del barrio. El boca a boca ha corrido como la pólvora. Llevan cinco años y ni publicidad ni redes sociales. La profecía de Sibil·la les ha sido favorable. "Lo abrimos cuando nadie hablaba de crisis, y fue bien desde el primer día. Estamos contentos. No nos podemos quejar", admite y agradece a la vez el dueño. Lo suyo, desde luego, no es patrimonio inmaterial de la humanidad.