Las quejas ciudadanas ponen el acento en aquellas asignaturas pendientes en las que el equipo de gobierno de Mateo Isern debe perseverar con urgencia sin esperar a que finalice agosto. Las protestas remitidas a Cort son un barómetro de las preocupaciones de los palmesanos. Y no hay nada que más moleste en verano que las obras. El ruido, el polvo y las retenciones en el centro de Palma son un castigo impuesto para cumplir una promesa electoral, para terminar con el símbolo de Aina Calvo. Y todo eso a costa de confundir con los nuevos carriles interiores a los usuarios de la bicicleta, a costa de volver un poco locos a quienes se desplazan en los buses de la EMT con tantos cambios de paradas. Habrá que ver si en los próximos meses las quejas sobre esta cuestión caen o se mantienen. De eso dependerá el éxito o el fracaso del controvertido nuevo trazado. Porque las quejas que no cesan son las que tienen que ver con la limpieza de la ciudad, con el cuidado de parques y jardines y con el abandono de determinadas zonas urbanas de la periferia, convertidas en auténticos vertederos en los que tirar todo tipo de escombros para ahorrarse la tasa correspondiente, desde los restos de la reforma del piso al viejo automóvil. Palma necesita gobernantes a pie de calle. Pero también es cierto que si fuéramos capaces de demostrar una actitud más cívica la ciudad sería otra.