Para que el uso urbano de la bicicleta se convierta en una verdadera alternativa al transporte en automóvil y no en un pasatiempo, la red de carriles bici debe transcurrir por vías principales, no por secundarias, donde reservar un espacio al ciclista o no es necesario o resulta un camino a ninguna parte. Así lo han entendido ciudades como Barcelona, donde los espacios acotados para ciclistas recorren precisamente las arterias principales, desde la Diagonal a Consell de Cent, Diputació o la Meridiana, y se olvidan de los accesos secundarios, donde resultan innecesarios porque en ellos el tráfico rodado no supone un peligro para el usuario. Sin embargo, Palma es diferente. Mateo Isern dice con entusiasmo sí a Bicipalma y sí al carril bici, pero lo aparta de su vista y de la de sus conciudadanos para que no sirva de nada, para que el centro y el ensanche vuelvan a estar separados por un muro invisible, mientras condena a un buen número de vecinos al suplicio de las obras en verano. Palma es la ciudad de las segundas versiones. Y así luce el Born, con una función que no responde a su forma, o el Parc de ses Estacions, tercera reconstrucción de nuestra era, o la calle Blanquerna, primera vía peatonal donde es posible ser atropellado.