En verano, el de a pie busca las terrazas como el sediento un pozo de agua. Hay otros lugares en las ciudades, más recónditos, que son reclamo en días de fiesta, en jornadas de aniversarios y onomásticas, aunque no sólo. Al atisbarlos, te consuela el frescor, el silencio, la austeridad elegante de su pequeña entrada, muy cerca de la puerta de la iglesia. Estamos a las puertas del convento de Santa Magdalena, en la plaza del mismo nombre. Pegado a Sant Jaume. Un letrero humilde, de esos de fotocopia, te hacen salivar. La oferta dulce es amplia. Algunos de sus pastelillos proceden de recetas que sólo las agustinas conocen. Como sor Margalida Riutord, la veterana de la orden en este convento que durante más de treinta años cocinó para el resto de monjas de clausura.

La casualidad ha querido que muy cerca ocupe plaza el llamado Fornet de la Soca, regentado por Tomeu Arbona, su sobrino: un investigador de la etnografía gastronómica mallorquina. "Al principio tenía cierto temor porque lo último que se me pasó por la cabeza era que pudiera ocasionarles algún problema", confiesa el panadero y pastelero.

La convivencia entre sobrino y tía, entre el pequeño horno y la cocina de las agustinas, no puede haber sido saldada de mejor manera. "Tenemos una excelente relación de vecinos".

Él no quiere darle importancia, pero es sabido que el pan del día que sobra acaba en el convento. Una hermana lo contó elocuentemente: "Pan hay para todos". Daba gracias a Dios, y desde luego al sobrino de la veterana hermana.

Ya no es habitual que de los fogones del convento salgan los doblegats que les dieron fama y que incluso fueron relatados por el paladar y la pluma del austriaco, el archiduque Luis Salvador. Como descritos fueron los rellenitos. Pero sí continuan horneando y ofreciendo a los clientes que pasan por la ventanilla las galletas de canela o los nevaditos. Para los chocolateros, sus bocaditos y entre otros clásicos, las rosquillas. Sólo por encargo, yemas, trufas, delicias de coco, coca de limón y de plátano.

Con ingredientes básicos, harina, azúcar, huevos, leche, aceite y levadura se levanta la masa en el interior del convento que ha ganado fama por ser morada de Santa Catalina Tomàs. No siempre se ve a la beata porque el templo tiene sus horas. Escasamente se puede acceder al monasterio, cuyo origen se remonta a un antiguo hospital. Las monjas agustinas quedaron consignadas allá por orden de Pere el Ceremonioso. Procedían de Barcelona. Dos siglos después, la llegada de Catalina Tomás, produjo el resplandor que incentivó el cardenal Despuig.

Pasan los dulces a través de la puerta del convento. Hay un silencio de respiro en tiempos de convulsos bocinazos.