Luciano Riva jamás llegó a Barcelona. Lucho, "así me conocen todos", apartó de su vida su ciudad natal, Rosario, para probar fortuna en la Ciudad Condal pero antes "me di un saltito" a Mallorca. Aquí tiene una amiga. "¡Me enamoré de este lugar!". Por eso se ha quedado. Han pasado seis años y en su pasaporte laboral, un encadenado de trabajos que nada tienen que ver con su oficio, el de peluquero. Con sorna gaucha dispara: "¡Como soy argentino, trabajé de parrillero!", y "también laboré en el aeropuerto". De todo hasta poner el último clavo en Pelokuras, una peluquería infantil, instalada en la calle Iglesia Santa Eulàlia, que no duda en dar un buen corte también a clientes adultos.

Abierta un mes atrás, los paseantes se quedan pegados al cristal porque la decoración es propia del país de Fantasía. De arriba a abajo, las manos de Lucho fueron dándole forma a un negocio que, "por el momento, va bien".

Adjunta su experiencia en Rosario donde ya trabajó en una peluquería especializada para críos. Unos cochecitos de juguete, uno rosa de Hello Kitty y un Mini Cooper rojo, son los asientos donde los niños se suben a que Lucho les peine sus menudos pelos. Para que mantengan la mirada al frente, dados a torcer el gesto y voltear la cabeza, el peluquero les ha colocado un monitor de Playstation donde pueden ver dibujos animados, si les dejan los padres, "porque muchos se sientan aquí a jugar a la Play y de paso se cortan el pelo. ¡Son cómo niños!", comenta el peluquero.

La pequeña Azahara de 3 años y medio ha hecho un par de pucheros antes de dejar que la suban al cochecito. Su madre Vanesa quiere que le corten el pelo. Pregunta el precio. "Doce euros", contesta Lucho. Le parece bien y colocan el babero rosa, la capa de Barbie, a la pequeña, que está encantada de mirar por la tele los dibujos animados.

Luciano Riva cuenta que "tenía ganas de montar una peluquería infantil en Palma porque fui mirando y no vi ninguna; yo trabajé en una así en Rosario, y aprendí el oficio allí", cuenta este argentino de 35 años.

Redoblan las campanas de la iglesia, y mientras le cortan el cabello a Azahara, bajo la atenta mirada de su madre, su hermana más pequeña agarra el biberón. Está en la zona peluche del negocio. Pasan unos turistas y se quedan embobados. No saben si es un montaje publicitario. Lo cierto es que Lucho ha puesto toda su creatividad en el local con escaso presupuesto pero cargado de imaginación. Los emprendedores de hoy se buscan la vida porque no basta con atesorar másters, a menudo hay que meter las manos en la masa.

El peluquero de Rosario concluye el corte de la pequeña Azahara. Al bajarla del cochecito de juguete vuelve a hacer pucheros.