La historia política, económica y social del antiguo reino de Mallorca estuvo marcada desde sus inicios por tensiones existentes, básicamente, entre tres binomios: reino-rey, ciudad-parte foránea y el bipartidismo banderizo. Ante este escenario el sistema de elección de representantes políticos fue herramienta para conseguir, no siempre siguiendo los cauces legales, objetivos e intereses de las diferentes partes que integraban esos binomios y consecuentemente fue causa de tensiones y enfrentamientos entre ellos.

¿Cómo se elegían a los representantes políticos en el antiguo Reino? A partir de 1249, los jurados constituyeron la más alta representación del poder insular. Éstos configuraban un órgano colegiado dividido en cuatro estamentos (caballeros, ciudadanos, mercaderes y artesanos) que, al parecer del cronista Juan Dameto, "no sólo en el traje e insignias esteriores (sic), pero aun en el modo de su administración, representan una viva imagen de los cónsules romanos". En sus inicios los jurados eran elegidos anualmente por el sistema de cooptación, es decir, los salientes nombraban a sus sucesores con el visto bueno del baile (batle). De esta manera se pretendía garantizar la continuidad en la gestión pública. Este sistema no tardó en levantar suspicacias al rey, pues comprobó su débil situación frente al municipio, al mismo tiempo que facilitaba el camino a los grupos oligárquicos que pretendían monopolizar el poder. Ante esta situación, Jaime II reformó las franquezas (1300) y dispuso que los jurados debieran ser elegidos por él mismo o por su lugarteniente (lloctinent). Como es de suponer, esta reforma no fue del agrado de los jurados y las protestas fueron inmediatas. Tras la muerte del monarca en 1311, su hijo Sancho accedió retornar al sistema anterior —que la elección fuese a cargo de los jurados—, pero no reinstauró al baile, sino que mantuvo al lugarteniente. De esta manera la presencia real quedaba consolidada dentro del sistema de elección.

Durante la regencia del infante Felipe, las facciones nobiliarias controlaron la elección de los jurados. Pero, tal como explica el profesor de historia del Derecho Antonio Planas, cuando Pedro el Ceremonioso reincorporó la corona de Mallorca en la de Aragón, "actuó con contundencia para garantizar una Juraría adicta a sus intereses". En 1343, el monarca dispuso que se aplicase el sistema de elección acostumbrado, reintroduciendo la figura del baile, tal como en 1249. Ahora bien, en 1344, cuando llegó el momento de elegir a los nuevos representantes de la Universitat, remitió una lista con los jurados que se debían elegir. Por tanto, a pesar de las apariencias, el sistema ya no era por cooptación, sino por designación directa del rey, asegurándose así el control sobre el Reino. Esta medida tan drástica provocó protestas como la de Jaume Roig, el cual había destacado como partidario de Pedro IV durante la guerra de las dos Coronas, y ahora despotricaba del monarca: "mal dia nos és vengut, puis lo rei met jurats". Pero estas quejas fueron en balde. El control de los jurados permitió al rey obtener dinero de las arcas mallorquinas para financiar sus campañas bélicas. De todas formas, y a pesar de la contundencia del poder real, la reposición del baile en las elecciones de los jurados conllevó un refuerzo en la ingerencia de las oligarquías locales. Ello era debido a que, así como el lugarteniente o gobernador debía ser, por privilegio real, natural de Cataluña o Valencia, y por tanto no estaba involucrado en los asuntos internos de las facciones oligárquicas; el baile debía ser mallorquín, y por lo tanto se corría el riesgo de que éste perteneciese a alguna parcialidad insular, cosa que solía ocurrir a menudo. Ello provocó no pocas tretas durante las sesiones electorales.

Estos pérfidos hechos fueron denunciados reiteradamente por los gobernadores al rey. Por otro lado, el monarca recibió, en no pocas ocasiones, dinero de algunos de los bandos mallorquines, a cambio de salir beneficiados en la elección de los jurados. Hay que advertir que estos mismos grupos políticos no tardaron en darse cuenta de que, más que entregar grandes sumas de dinero al rey, era más económico falsear el proceso electoral. Un ejemplo de estas trampas nos lo cuenta el profesor Planas en su trabajo sobre los jurados: "En un memorial anónimo enviado al monarca entre 1415 y 1418 en el que se informa de que el lugarteniente del gobernador, que era mallorquín, al proceder a la extracción de los oficios no leía el nombre escrito en la cédula [que había enviado el rey] sino aquél que creía oportuno, y se defiende la conveniencia de que tanto el gobernador como su lugarteniente sean catalanes y leales al rey, per tal manera que ses lo frau e·l barat que·s fa en les eleccions dels officis". Tal era la problemática y el escándalo que en algunas ocasiones se tuvieron que colocar unas horcas, un hacha y los instrumentos de descuartizamiento en la plaza de Cort para disuadir posibles intenciones inicuas durante el proceso de elección de los jurados.

El sistema electoral no dejó nunca de ser conflictivo, y ello provocó sucesivos intentos de que fuese reformado. Por ejemplo, en 1373, el rey dispuso que el tradicional sistema de cooptación fuese cambiado por la elección por sorteo entre los cien miembros vitalicios del Consell General, los cuales habían sido nombrados por el monarca. Dicho sorteo debía realizarse en presencia del gobernador. Pero este sistema no duró mucho y se restableció el de franqueza. En 1398 se aprobó la pragmática de Anglesola, en la que se introdujo un sistema mixto de suerte y saco (sort i sac). El procedimiento consistía en elegir un jurado saliente de cada estamento por sorteo. El jurado elegido proponía el nombre de un candidato que a su vez era votado mediante habas negras y blancas, siendo elegido si había más habas blancas que negras. El sistema de suerte i saco se fue alternando con el de franqueza a lo largo de la primera mitad del siglo XV, hasta que en 1447 se instauró definitivamente la pragmática de sort i sac, la cual se mantuvo prácticamente inalterable hasta la Nueva Planta de Gobierno del siglo XVIII. Esta pragmática vino a relajar las tensiones políticas, pero los diferentes bandos siguieron actuando "valiéndose de toda suerte de mecanismos legales e ilegales para conseguir sus fines".