Nació un 14 de abril sin que a una mujer marcada por las letras y los números dobles –en 1922 vino al mundo, en 1944 entró a trabajar como auxiliar de biblioteca y por los pelos no se jubiló en 1988 sino un año antes– le haya hecho republicana. Carmen Macías Bachiller hizo su propia república durante 43 años en la biblioteca municipal de Cort. Primero estuvo junto a Martina Pascual, después cuando ésta se retiró ejerció de bibliotecaria pero cobrando "un salario inferior al trabajo que desempañaba", señala. Nacida en Palma, ahora mira el Paseo Marítimo donde vive y donde lamenta "tantos palos de barcos que no dejan ver el horizonte". Desde ese mirador asegura en voz alta: "¡Me parece mentira haber llegado hasta aquí. Tener los años que tengo!". Suelta una carcajada plena de vida, una vida de 89 años que ha sido, y es, intensa.

Una biblioteca es un cosmos que sólo los muy observadores pueden comprobar. Esta mallorquina, amante de la pintura, la música, el cine, los viajes y los libros "y también la televisión, pero¡ muy escogidos los programas que veo!", no se arruga cuando dice: "Yo nací para ser libre y para que ningún hombre me atara a su vida".

—En los años 40 no era frecuente que las mujeres en España estudiaran carrera. ¿Fue usted una privilegiada?

—Estudié Magisterio. Era la única carrera que tenía salida sólo que a mí no me gustaba. Estudié porque mi madre me empujó a ser una mujer libre. Ella estaba separada y tenía a su cargo cuatro hijos. Tuvo que luchar mucho para sacarnos adelante y siempre valoró los estudios por encima de otras cosas. Es cierto que en mi tiempo la mujer parecía destinada a casarse y tener hijos, pero yo escogí otro camino: dirigir mi vida. ¡Un privilegio total!

—La docencia se le resistió y optó por los libros. ¿Cómo se produce su entrada en la biblioteca municipal de Palma?

—Yo no me veía como maestra. Entre con 21 años en la biblioteca. Nos presentamos trece mujeres para una sola plaza. Creí que no la sacaría porque las otras decían que era para ellas y yo me asusté, pero la gané con un examen sobre el Siglo de Oro.

—La biblioteca de Cort acaba de celebrar su 75 aniversario. Usted es buena parte de su historia...

—(Risas) El trabajo no hizo más que darme alegrías. Se me pasaba el día volando. Iba mucha gente.

—¿Qué tipo de personas?

—Llegué a detectar tres tipos: el que leía el Boletín Oficial de Estado a diario, el estudiante que venía a encontrarse con niñas y por último, los lectores del periódico. ¡Era cómico ver a alguno porque al acabar de leer el diario volvían a empezar para irritación de los que hacían cola esperando su turno para leerlo!

—La biblioteca, nacida gracias a la iniciativa de Emili Darder, ha sufrido algunas reformas pero mantiene aquel aire de otro tiempo. ¿Es la mejor biblioteca de Palma?

—Es, desde luego, muy bonita y menos mal que con la reforma quitaron aquellas lamparitas de las mesas que no hacían más que molestar, pero creo que se equivocaron en algunas cosas. Como sabrás está integrada por los fondos de Garau, Villalonga y Llabrés, aunque por falta de espacio éstos se trasladaron a otro lugar, quiso abarcar demasiado. Creo que debería haberse especializado. ¡Era una vergüenza que te pidieran libros y que los tuviéramos tan anticuados! Claro que nos faltaba espacio y eso para una biblioteca es un problema.

—¿No se le pasó por la cabeza cambiar de aires en tantos años?

—En 1968 pedí permiso para irme a Londres seis meses. Me guardaban la plaza. Fue cuando entró Margalida Llauger, una mujer inteligentísima, cuya marcha a África lamenté porque me encantó trabajar con ella.

—68, Londres. ¡Debería haber ido a París!

—Fui a trabajar de au-pair y a aprender inglés. ¡Dios mío qué frío pasé! ¡Qué clima más asqueroso y luego aquella gente tan fría, ¡me daban ganas de zarandearlos porque eran tan inexpresivos. Siempre decían very nice, todo lo suyo era very nice, ¡madre mía con ese mal gusto que tienen. Y aquellos bacon eggs... Me daban unas arcadas!

—Veo que le encantó. ¿Se enfada cuando oye la expresión rata de biblioteca? ¿Ha conocido a alguna?

—Las exageraciones no me gustan. Y sí las he conocido de todas las clases sociales.

—¿Qué opinión le merecen los sucesivos alcaldes con los que quizá coincidía en Cort?

—Estoy enormemente agradecida a Ramon Aguiló. Yo entré en la biblioteca por oposición libre como auxiliar. Después obtuve por oposición restringida la plaza de ayudante. A partir de 1962, trabajé de bibliotecaria pero con un sueldo inferior al que me correspondía. Hice de tonta. Lo supe después cuando me advirtieron que estaba trabajando de más y cobrando de menos. Lo digo sin rabia y sin rencor pero se aprovecharon. Gracias a Ramon Aguiló mi salario se equilibró con justicia a mi trabajo. A Catalina Cirer la paré un día para decirle que era una vergüenza cómo estaban dejando abandonado Cala Major y San Agustín. Ahora dicen que lo van a arreglar pero ¡yo no lo veré!

—¿Por qué ser bibliotecaria parece un oficio de mujeres?

—Bueno, no sé. Los hombres tiran más a los archivos, quizá les guste más estar en contacto con los papeles y a las mujeres nos gusten más las personas. Quién sabe.

—¿Hubo robos?

—No que yo recuerde, lo que sí hacían algunos era recortar láminas de los libros de arte. Lo que sí se hacía mucho en la biblioteca era cambiar los paraguas.

­-¿Qué tipos de libros eran los más solicitados?

—Cuando yo estuve no se hacían préstamos y los que tienen mucho dinero no iban a las bibliotecas porque ya tienen la suya, aunque recuerdo a Robert Graves con aquel cestón y tan mal vestido, y a Cela. Éste nunca me gustó ni como persona ni como escritor; salvo un par de libros, el resto de sus obras se me caían de las manos. Prefiero a Miguel Delibes.

—¿Usted diría que Palma es una ciudad lectora?

—Yo diría que no, y además la televisión ha restado muchos lectores.

—¿Qué tal lleva la jubilación? Hay quien no lo resiste.

—¡Uy qué va! Me dediqué en cuerpo y alma a mi trabajo pero una vez que me jubilé no he vuelto a la biblioteca. Soy una entusiasta de la música, me encanta la pintura (en su casa tiene pinturas de su sobrino Lluís Macías que vive en Nueva York y guarda celosamente una dedicatoria de Miquel Barceló cuando le dieron el Príncipe de Asturias que estampó sobre la información de este diario), me encanta viajar; cuando estuve en Machu Pichu creí en Dios. ¿Lo conoces? Ni me he casado ni he tenido hijos, pero tengo sobrinos y he estudiado, y eso no te lo quita nadie.