Es una imagen que se me quedó grabada. Como un cuadro. Hace años viajaba mucho más en barco que ahora, y acababa por conocer a casi todos los capitanes. Siempre he admirado su aura de soledad y mando, de autoridad.

Tal vez por recuerdos de mi infancia, ya que mi tío fue capitán de petroleros y luego práctico del puerto de Valencia, todo lo relacionado con la navegación mercante me inspira un sentimiento de grandeza.

Recuerdo a uno de esos capitantes, que por entonces mandaba el "Las Palmas de Gran Canaria". Era menorquín, ya mayor, enjuto y de ojos claros. Como muchos de los capitanes que he conocido, hablaba con sílabas fuertes y siempre parecía malhumorado. Pero era sumamente amable y hospitalario a bordo de su barco.

Me sorprendió el que las tripulaciones de los barcos se refirieran al capitán siempre como "el Viejo". Pero con respeto: "Este es el camarote del Viejo", "es por órdenes del Viejo". Y cuando lo decían, me acordaba de aquel hombre de ojos claros y mirada taladrante. Dando órdenes y observándolo todo.

Una tarde de mucho viento, paseaba por el muelle de Paraires cuando todavía se podía entrar. Y allí estaba el "Las Palmas de Gran Canaria" amarrado. Faltaban varias horas para la salida y no se veía a nadie a bordo. Con una excepción.

En una de las aletas de proa, aquel capitán menorquín miraba silenciosamente el cielo. Evaluaba la fuerza del viento, calculaba las nubes. Pensaba seguramente en la seguridad de la travesía. En si debía o no zarpar.

Esa es la imagen que me quedó grabada. Un barco enorme, vacío. Y en un rincón, un hombre pequeñito, de pelo blanco, mirando interrogativamente el cielo. Abrumado por el peso de la responsabilidad y de las decisiones. De la vida y la seguridad de todos aquellos a los que debía transportar.

Muchos de mis amigos casi se ofenden cuando les digo: "Ya somos viejos". Y me rectifican: "Viejos no, mayores". A mí no sólo no me molesta, sino que me honra la palabra "viejo". Por el recuerdo de aquel capitán, "el Viejo", subido en lo alto de su barcote. Armado frente a la fuerza inmensa del temporal sólo con el arma de su criterio, su experiencia, su decisión.