Los edificios modifican la estampa de un barrio, abren y cierran diálogos. Cuando los arquitectos Jaime Coll y Judith Leclerc concibieron el del Conservatori Superior de Música y Dansa de Balears tuvieron claro que el edificio debía "ser un punto de referencia en el barrio". Lo han conseguido.

Desde su apertura el 13 de septiembre de 1999, al Amanecer le han subido los colores. Primero porque el propio edificio en sí, con ese lienzo cerámico en azul prusia, convertía una zona anodina y en plena transformación en un lugar de esperanza. Y la esperanza da mucho tono a la vida. También porque la actividad educativa que genera este centro ha propiciado que llegue la música a la zona. Y ha llegado con ella el florecimiento de comercios exclusivos de este arte.

Un edificio no es un hecho aislado en una ciudad. A su alrededor se genera crecimiento poblacional o disminución. Si se consigue lo primero estamos ante un acierto. Si por el contrario, el nuevo inmueble aleja la concentración humana estamos ante un fracaso de la arquitectura. Coll, nacido en Palma aunque formado y con residencia en Barcelona, y Leclerc, nacida en Canadá aunque reside en la Ciudad Condal, han logrado su propósito: levantar un "edificio que unifique las artes". Pese a que por enfrentamientos políticos no se ha llevado a cabo el programa constructivo total que ganó un concurso, entre cuyos miembros del jurado se contaba con el grandísimo arquitecto Juan Herreros.

Por todo ello es lamentable que las zonas ajardinadas y públicas cercanas al Conservatori estén dejadas de la mano de Dios. Frente al aparcamiento del edificio se sitúa un jardín que remata el ángulo del triángulo o porción de queso en el que se asienta el edificio y que a su vez colinda con la rotonda de la carretera de Sóller. Pues en ese semicírculo hay una pileta o estanque que en su día contó con agua. Ahora no es más que un socavón vacío. Entre sus costuras se han levantado los mosaicos de gresite azul turquesa.

La escultura de Alceu Ribeiro, Homenatge, se lamenta en su traje de acero de la dejadez. Tomen nota entonces los responsables públicos. Un edificio solo no puede contra todo.

En el otro lado del Conservatori, donde antes se jugó a petanca, se ve ropa tendida. Son unas pequeñas construcciones que sus moradores han remendado como han podido. Al cerrar las puertas de los dos supermercados se puede ver a personas sin recursos que recogen productos caducados para sacarle al día unos euros. O simplemente para alimentarse con lo que otros no quieren y aún puede ser de provecho.

Suena, mientras tanto, el viento de un saxo y de una flauta. Los alumnos se aplican en la clase. En sus cubículos se las ven con los arpegios. Los do, re, mi de un barrio que se levanta con el día.