España ha incorporado recientemente a su precario mercado laboral el oficio de paseador de perros, tan habitual en Norteamérica y en países latinoamericanos como Argentina y Uruguay, por citar sólo tres países donde es habitual que los dueños de los canes dejen en manos profesionales el trabajo de pasear a sus mascotas. Palma debe tener también su hueco, aunque no aparece registrada en una de las páginas web dedicadas al tema.

Un modesto anuncio, una fotocopia diría, escrito con tinta, ofrece el servicio. Asegura el afiche adherido a la pared de una panadería "seriedad y responsabilidad". No hay nombre, tan sólo un número de teléfono móvil. Al lado, la fotocopia de una fotografía en blanco y negro de un chucho que está pidiendo a ladridos ´un paseíto´. La agencia de colocación en hojas volanderas, como esas que recortadas en acordeón asoman diariamente en los buzones o pegadas a los porteros automáticos de las fincas. ´Se ofrece fontanero, electricista, cuidadora de personas mayores, limpiadora´. Son los reclamos laborales y a cada misión, un género. El trabajo, a menudo, sigue teniendo un sexo determinado.

Los paseadores de perros de película tienen rostro de mujer. La actriz Cameron Diaz en la película En sus zapatos va de curro en curro y uno de ellos es justamente ese, pasear a los cuatro patas en uno de los parques de Filadelfia. No es el meollo de una película dirigida por Curtis Hanson, el mismo de L.A. Confidencial, pero permite comprobar que eso de pasear perros tiene miga.

Los salarios del oficio son variables. Hay quien pide escasos euros la hora por el servicio, mayormente estudiantes en ciudades como Tenerife y Cádiz, y otros reclaman unos 30 euros la hora. Para otros puede ser una salida laboral ante una crítica situación que les ha dejado varados en tierra de nadie.

El escritor de Lima Sergio Gabarza escribió una novela, Paseador de perros, editada el pasado año por Candaya, en la que su personaje principal, el paseador de canes, llega a afirmar una sentencia esclarecedora: "Me alejaría de la gente y de sus taras" como el motivo principal para dedicarse a un oficio tan poco común en lugares como Palma. El personaje pasa sus días cuidando a los bichos en la ciudad de Madrid y en su periferia mientras se va encontrando con una ristra de fauna bípeda.

Si el cine muestra el oficio desde su lado más fotogénico, casi siempre en Manhattan, en la literatura le sirve a algunos como Galarza para reflexionar sobre el lado más gris oscuro de todos nosotros. El hombre del anuncio en Palma se llama Sebastián, es músico, es uruguayo, tiene 31 años. Sólo le falta ser mujer para cumplir el perfil de los más desfavorecidos.