Las ciudades son pródigas en estampas inverosímiles: un rótulo que no responde a nada, una persiana entreabierta sin que nadie se asome a ella, una ventana vallada, puentes por los que nadie cruza... A salto de homogeneizarlo todo, esos detalles anacrónicos le otorgan un nuevo esplendor. Hay ciudades, y Palma es una de ellas, en que su vestigio a pueblo, a feudo rural, aún pervive, aunque sea atornillado por edificios aburridos, trazados de calles sin ton ni son y, sobre todo, comido por los coches. Pero se mantienen, como cierta parte de Els Hostalets indiferentes al ajetreo.

Sin ir más lejos, cruzas la reciente avenida de Jacint Verdaguer, un respiro que alcanza las montañas a lo lejos, y te adentras a través de una hermosa plaza, la de Santa Elisabet, donde una casa, dicen que fue escuela republicana, se alza como la más hermosa. La algarabía del colegio cercano da aún más vida al entrecruce de calles y callejas. Sí, porque entramos en el territorio Liliput de las arterias. Como la de Nuno Sanç, donde te topas de bruces con la imprenta La Palmesana, en la que sus escaparates son un viaje gratis al fondo de los años. Seámos Julio Verne de la memoria y aplastemos nuestras narices en el vidrio: cuadernos de caligrafía para hacer esa letra redondilla que tantos sudores costó en los años escolares, o esos puntos que si la mina los seguía acababa formando la cara de un lobo de mar, de una tortuga, o de una alondra, o los pliegos de matemáticas con multiplicaciones y divisiones de dos y tres números, o esos problemas con asuntos domésticos que sacaban de quicio a más de uno en los exámenes. Todo eso en la trasera de Els Hostalets, en La Palmesana.

La banda sonora de este cruce de calles no es otra que los gritos de los escolares del vecino colegio de Santa Mónica. Frente a ellos, caen las enredaderas secas sobre la fachada de la parroquia del Sagrado Corazón. No brilla por su arquitectura singular pero la naturaleza muerta le otorga una belleza fotogénica.

No muy lejos, el cine Doré cuya reforma como edificio de viviendas le valió un premio de Arquitectura en 2009 a Boris Pena y Javier Oliver. En tiempos de la Guerra Civil, su sótano fue refugio.

Cuando Nuno Sanç se estrangula llegas al corazón de Els Hostalets, donde siguen en pie aquellas casas de planta baja con su jardín interior que en Mallorca llamamos corralito. Si les da el sol, salen los gatos a campar por sus fueros. Un anciano arrastra la bolsa de la compra y pasa veloz una motocicleta que de poco no lo tumba al suelo. Pueblo, pueblo en Palma.

Hay una casa, en la calle Jaume Balmes que invita a imaginar. En su techo, signos de caligrafía árabe tintados en verde y las dovelas de sus arcos pintados en blanco y siena, sucesivamente. Cerrada a cal y canto, aunque está habitada, te apetece preguntar a sus moradores por esa querencia árabe.