Solos o no, nuestra búsqueda de oreja es infatigable. Miren sino al caballero que dialoga con hombres montados a caballo. La ciudad es pródiga en ser altavoz de diálogos, algunos propios de heterodoxos. Otros, sólo aptos para sordos. El semblante de los paseantes de la plaza de España sumaba a su aterido rostro la sorpresa de ver Policía Montada mientras en el reloj de la plaza, aterrizado en la meridiana de Avenidas, marcaba 19 grados. ¡A ver cuándo ponemos nuestro crono en hora!

Aseguran, y dedican volúmenes copiosos a ello, que el del siglo XXI es un ser infatigable en soledades. El individualismo nos retuerce tanto que sólo encontramos consuelo en las redes sociales. Puede, pero lo cierto es que en esta ciudad son cada vez más las iniciativas llamadas a romper esa imagen. Son los más jóvenes, por cierto, los que han heredado la costumbre de hacer de los bares y cafeterías lugares de encuentro para la tertulia. Como nuestros abuelos.

El Bar Rita, en la plaza Llorenç Bisbal, lo intentó. Bueno, sobre todo a iniciativa de la diseñadora Beatriz Zamora, de Antigua Disseny. El ensalmo contra la soledad o el aburrimiento, que a veces se dan la mano, se llamó Habla con Rita. Cada miércoles, el bar se abría a la tertulia para aquellos que querían hablar en otras lenguas. Una torre de babel donde se ha colgado el mutis por el foro al no haberse dado cuórum. O como piensan otros, al no haberle dado más tiempo. Mallorca es tierra lenta. Hasta la exasperación, a menudo.

Lo cierto es que hay quien no desiste e insiste en tirar del hilo. Al parecer se quiere montar un club del ganchillo en Palma. Detrás de ello, Lina de Pic-Nic y también Beatriz, que no para. El retorno al croché en colectivo no es denominación de origen de esta ciudad. Al parecer en Madrid, en torno a un establecimiento centenario, Lanas Sixto, ya se tira del hilo. En la actualidad se busca lugar. Es probable que las librerías Literanta o Babel acaben siendo los lugares donde aquellos que se apunten al ganchillo, tendrán su lugar. Dicen que relaja mucho. Hay quien lo prescribe como antídoto contra el tabaco.

Bares y librerías como espacios del común. Con o sin humos. Lugares donde darle al pico. Enredados en la soledad del teclado y de la red, acabamos encontrándonos en la liana del verbo. O del ganchillo. O de un libro. En la calle 31 de Desembre, siempre en el mismo banco, un hombre de mediana edad lee sin parpadear. Todo indica que está sin trabajo, pero quién sabe. Ocupa sus horas en leer que es otra manera de estar en el mundo, aunque sea sentado a la vera de una calle y acompañado de los diálogos en sordina de la ciudad.