Jaime II de Mallorca es considerado el rey que forjó e impulsó la Corona de Mallorca. Construyó el castillo de Bellver, inició la catedral, rehabilitó y amplió el castillo-palacio de la Almudaina… De todas formas, este aspecto representa sólo una parte de su biografía, la cual resulta mucho más compleja, condicionada por los difíciles tiempos que le toco vivir.

Jaime II nació en Montpeller, en 1243. En su juventud fue educado en París. Esa educación francesa —su amistad con el rey de Francia— sería decisiva en sus decisiones posteriores como rey de Mallorca. En 1275 se casó con Esclaramonda de Foix, hija del conde de Foix. Un año más tarde, tras la muerte de su padre Jaime I, Jaime II y Esclaramonda recibieron los títulos de reyes de Mallorca, Menorca (infeudada a los sarracenos) e Eivissa, condes del Rosselló y la Cerdanya y señores de Montpeller, todo ello en virtud del último testamento hecho por su padre en 1272, que a su vez confirmaba el acuerdo sucesorio de 1262. Cabe resaltar la disposición del monarca conquistador respecto a la corona de Mallorca en virtud de la cual todos sus territorios deberían mantenerse perpetuamente amb tota la seva integritat sota l´autoritat dels seus monarques (los de Mallorca).

Mucho se ha escrito y discutido sobre el testamento de Jaime I, en virtud del cual dividía sus territorios entre su dos hijos: Pedro el Grande (rey de Aragón y de Valencia y conde de Barcelona) y Jaime II con los títulos ya mencionados. Dicho testamento debe entenderse, por un lado, bajo el contexto de la mentalidad feudal, en que los territorios no dejaban de ser meras propiedades de los monarcas; y por otro lado, no debe perderse de vista que los dominios continentales de la corona de Mallorca no eran sino los territorios occitanos que quedaron bajo el influjo catalán después del desastre ocasionado por la cruzada antialbigense. El gran proyecto de unir el Languedoc y Cataluña se había desvanecido tras la batalla de Muret (1213) y el posterior Tratado de Corbeil (1258). La parte continental de la corona de Mallorca no fue sino la unión de los territorios que habían quedado dispersos después de la guerra, bajo el dominio de un mismo rey. En este sentido, las Balears —con sus privilegios y franquicias—, en aquellos momentos se convirtieron en la "tierra prometida" para los desheredados norte-catalanes y occitanos.

Cabe recordar que los condados del Rosselló y la Cerdanya habían llegado a manos de Jaime I, por herencia de su tío Nunó Sanç, a la sazón nieto del conde de Barcelona Ramon Berenguer IV. Ahora eran traspasados a Jaime II. Otro territorio heredado, fue el señorío de Montpeller. La reina María, hija del conde Guillermo VIII, había entregado como dote dicho territorio al contraer matrimonio con el rey Pedro el Católico, abuelo de Jaime II. Este señorío estaba constituido por una pequeña y rica comarca, la cual confrontaba con las senescalías de Besiers y Carcasona al oeste, el condado de Mangnio al norte y al este, y con el mar al sur. A Montpeller también pertenecía el vizcondado de Omelades. Un poco alejado del Señorío, hacia el norte, había otro territorio que vino a formar parte de la nueva corona de Mallorca: el vizcondado de Carladés, en la Alta Auvernia y el país de Rouergue. Este vizcondado pertenecía desde antiguo a la estirpe de los condes de Barcelona, por dote de la princesa Dulce, hija del conde de Gévadan, al casarse con Ramon Berenguer III.

El monarca mallorquín fue consciente desde los primeros días de su reinado que los amplios llanos del Rosselló que se extienden hasta el horizonte y los valles entrelazados de la Cerdanya, ambos territorios considerados puertas de acceso a Cataluña, serían codiciados por los reyes de Francia y Aragón. Y así fue, pues estos condados fueron escenario de algunos de los episodios más convulsos y dramáticos de la biografía de Jaime II. La codicia del conde-rey Pedro se cernió desde un primer momento sobre la corona de Mallorca. De poco sirvieron las cláusulas testamentarias del rey conquistador o las palabras en su lecho de muerte dirigidas a sus dos hijos, Pedro y Jaime: Bells fills, pensats de la terra a governar e amats vostre poble, e siats llur misericordiós, e amats e honrats los barons e els cavallers… e tenits la terra en justesa e en dretura… No en balde, la historiografía ha denominado a la corona de Mallorca, como la corona de cristal. Su situación geográfica era más que comprometedora. La sombra de dos grandes potencias la vigilaban y codiciaban: la Francia de los Capetos y Valois, la cual ambicionaba dominar el Midi, al constituir un prometedor balcón al Mediterráneo; y Aragón, cuyos reyes, —rama principal del Casal de Barcelona y hermanos de sangre de los reyes de Mallorca—, deseosos de extender sus dominios, no permitirían divisiones en el sí de su linaje.

Jaime II se coronó rey de Mallorca en Palma, seguramente durante el mes de septiembre de 1276, con "gran alegre i gran festa" dicen las crónicas. Esos mismos días confirmó los privilegios y libertades de los mallorquines. Enseguida quiso poner en marcha sus planes, instituciones y edificios dignos de su reino, los que había estado imaginando durante sus años de infante, mientras administraba el reino de Mallorca (de 1256 a 1276). Me refiero sobretodo al Castillo de Bellver, a los palacios de Perpinyà y la Almudaina, la catedral de Mallorca… Ahora bien, con el mismo ímpetu que el rey mallorquín estaba impulsando todos esos proyectos, su hermano Pedro, rey de Aragón, disponía tretas contra él para reunificar la corona de su padre, Jaime I.