El nombre de una calle palmesana ha quedado como recuerdo del asesinato más célebre del siglo XVIII: Carrer de la Mà del Moro. Es una travesía de Montenegro y antiguamente fue conocida como Carrer de sa Guixeria de sa mà des moro.

Al sacerdote Martí Mascort le encuentran muerto a cuchilladas en su cama un 18 de octubre de 1731. Las sospechas recaen de inmediato en su criado moro, quien, sometido a interrogatorio, reconoce la autoría. Un mes después se le notifica la pena de muerte, "debiendo antes ser arrastrado y cortársele la mano derecha, circunstancias que se modificaron, aplazando la mutilación para después de muerto". Antes de que se aplique la sentencia, el asesino confeso se convierte al cristianismo actuando como padrinos del bautizo el alcaide de la prisión y su esposa.

Tras la ejecución, y en cumplimiento de la sentencia, el verdugo corta la mano y las autoridades la colocan en una hornacina en el portal de la casa del sacerdote asesinado. El resto del cuerpo es incinerado en las inmediaciones del convento de Itria –situado en cerca de lo que hoy es el inicio de la calle General Riera–. El macabro recuerdo que da nombre a la calle queda expuesto, al menos hasta 1840, protegido por una verja de hierro.

¿Cuál es el móvil de este brutal asesinato? A falta de datos verídicos, la imaginación popular elabora una historia tan fantástica como probablemente incierta. El presbítero Martí Mascord, cuenta la voz del pueblo, ha encontrado una olla repleta de monedas de oro y se enriquece. En la casa viven también Maria, una sobrina del sacerdote, una criada y el esclavo. El moro legendario toma el nombre de Ahmed y tiene buena planta. Maria y Ahmed se enamoran y deciden escapar a África. Él promete bautizarse y asegura a su enamorada que es un hombre rico. Cuando llega la noche de la fuga, el esclavo pone una excusa para regresar a la casa del mossèn con la intención de matarle y robar el tesoro. Cose a puñaladas a su víctima y comienza la búsqueda del oro, pero entonces la criada de la casa le descubre y alerta a los vecinos con sus gritos. Ahmed es detenido, sentenciado y ajusticiado.

La otra protagonista de la historia termina, como es preceptivo en la época, sus días encerrada en un convento.