Rubén Darío pudo haber muerto en Palma. Lo que no consiguió la naturaleza, en Mallorca lo consigue la piqueta. La casa donde el poeta y diplomático nicaragüense eligió como primer destino en la ciudad, en la calle Dos de Mayo número 8, va a ser demolida para construir una bloque de tres alturas. Los vecinos de El Terreno como Emilio Cano y Malaki Kerrigan, hijo de Anthony y de Eleonor, lamentan el ocaso en el que día a día va cayendo sobre una de las estampas más bellas de la ciudad. "¡Ni una placa han puesto!", se lamentan, no los nostálgicos, sino aquellos que saben que el patrimonio de una ciudad es muy frágil. Cualquiera puede demolerlo. Basta la indiferencia y, sobre todo, la ignorancia.

"Barcas de pescadores sobre la mar tranquila/ descubro desde la terraza de mi villa, que se alza entre las flores de su jardín fragante/ con un monte detrás y con el mar delante. (...) Hice una pausa./ El tiempo se ha puesto malo. El mar/ a la furia del aire no cesa de bramar./ El tiempo no deja que entren vapores. Y/ un yatch de lujo busca refugio en Porto-Pi./ Porto-Pi es una rada cercana y pintoresca./ Vista linda: aguas bellas, luz dulce y tierra fresca" (Poesías completas, de la Epístola a la Señora de Lugones. Rubén Darío).

Darío llegó a Palma desde París vía Barcelona. Alcanza el puerto tras una travesía invernal en un vapor. Noviembre, tiempo de buñuelos en la ciudad y para Darío periodo de duelo con sus demonios de dipsómano y delirante. Sus amigos Santiago Rusiñol y Azorín le habían hablado de la isla, pero parece que es decisiva la mediación de Gabriel Alomar para que el escritor se dejase prendar por los encantos de La isla de oro.

Darío era visitado por seres de ultratumba y le contó a Joan Sureda que en su casa de El Terreno, la misma que ahora quieren derribar, que existían espíritus burlones, que acabaron con la vajilla de la casa.

En Dos de Mayo la placidez del entorno y el encuentro con amigos no le liberaron de sus demonios. No hay paraíso que pueda si uno lleva el averno tan dentro. Alomar se asustó tanto al ver al poeta en pleno delírium tremens que estuvo tentado de dar noticia al gobierno de Nicaragua.

Ciento tres años después de que Darío se instalara en Palma, El Terreno asiste a otra mutilación en una de sus casitas que, por no tener, no ha tenido ni un mal rótulo que avisara al viajero de culto que ahí, ahí mismo, vivió y padeció y escribió buena parte de su mejor obra el llamado príncipe de las letras.

Se salvó de la excavadora la morada de Gertrude Stein por el empeño de los Kerrigan, porque, una vez más, el Ayuntamiento pasó olímpicamente de El Terreno. ¿Qué nos pasa a los mallorquines que dejamos morir lo mejor que nos ha sucedido, que miramos por encima del hombro lo que nos puede mejorar, que despreciamos la ayuda del foráneo? Me cuentan que en la Fundació Pilar i Joan Miró, que por cierto Son Abrines ha perdido parte de su santo y seña, sólo que en esta ocasión por voluntad de herederos y moradores, o sea, que les asiste la voluntad del propietario, quizá ya no tanto la razón sentimental del espíritu Miró, despreciaron a una licenciada en Bellas Artes que ofreció hacer visitas guiadas en inglés. No les hubiera costado un euro puesto que ya trabajaba en el centro. "Aquí no se hacen las visitas en inglés", respondieron. No, señores, en Mallorca Miró se cuenta en suajili. ¡Y con perdón a los africanos!