La biblioteca de Montesión, datada a principios del siglo XVII, puede considerarse la decana —hablo del continente que no del contenido— de las bibliotecas palmesanas, al ser la más antigua y una de las más bellas que se conservan en la Ciudad. Esta biblioteca se presenta como una gran librería de madera que circunda toda una sala, la cual aparece partida horizontalmente en dos por una pasarela en voladizo apoyada en ménsulas talladas con formas zoomorfas. La atmósfera recreada a partir de la madera trabajada con las estanterías repletas de libros de apergaminados lomos blasonados con enormes letras en caligrafía del tipo gótica libraria, permite un ambiente idóneo para invitar a la lectura y aprender a amar los libros. Por ello no nos extraña que cuando el obispo Pere J. Campins ordenó construir, a inicios del siglo XX, la sala de lectura de la recién estrenada biblioteca diocesana, se inspirase en la biblioteca de los jesuitas. En dicha biblioteca, hoy convertida en depósito del archivo diocesano, se reunían todos los domingos Els amics de la Llengua Mallorquina capitaneados por el irrepetible mossèn Antoni Mª Alcover, núcleo embrionario de la gran obra del Diccionari Català, Valencià, Balear.

Cuento todo esto para conocer los precedentes que ambientaron a principios del siglo XX la construcción de una de las bibliotecas más famosas y concurridas de nuestra ciudad: la biblioteca de Cort.

Recordemos que en 1892 se iniciaron las anheladas obras en el edificio del Ayuntamiento. El mal estado en que se encontraba el edificio requería una remodelación profunda, remodelación que se ejecutó de la mano del arquitecto municipal Manuel Chapulí. No se conoce con precisión la distribución de las diferentes estancias de la planta baja. Sabemos que desde un amplio zaguán, similar al que hoy podemos ver, se accedía al antiguo oratorio de San Andrés, convertido en aquellos momentos en trastero, a las dependencias del Cuerpo de Bomberos y a la escalera de servicio que había construido años antes Bartomeu Ferrà. La escalera principal no estaba aún construida y la biblioteca municipal tampoco existía. Durante las obras, en el mes de febrero de 1894 se produjo el fatídico incendio iniciado en la planta principal, que se extendió por todo el edificio provocando su destrucción. En la Sociedad Arqueológica Luliana se conservan unas valiosas fotografías que muestran el estado de ruina en que quedó el oratorio medieval de San Andrés tras el incendio, botón de muestra de lo que pasó en la totalidad de dependencias municipales. La planta baja fue completamente remodelada, redistribuyéndose los muros de carga. La biblioteca de Cort nació a partir de esa nueva articulación del espacio. No sabemos a ciencia cierta quien se encargó de realizar su traza, aunque el trabajo de la carpintería, auténtica protagonista en la configuración y decoración del espacio bibliotecario, se realizó cuando el arquitecto responsable era Gaspar Bennazar —Chapulí había dimitido de su cargo en 1895—. Bennazar fue el responsable de la construcción del nuevo zaguán y la escalera principal y por tanto no es aventurado atribuirle también la autoría de la biblioteca. En este mismo sentido, Catalina Cantarellas apunta que la biblioteca municipal se debió construir durante el segundo período de obras (1904-1927) en que Bennazar era el responsable.

Sea como fuere, salta a la vista que aquél que diseñó la biblioteca de Cort quiso imitar a la de Montesión —al igual que había sucedido con otra biblioteca coetánea, como se ha visto: la del Palacio Episcopal—. A pesar que la estructura de la sala esté constituida por materiales como el cemento, la piedra y el hierro, ésta queda revestida de madera, así se consigue un aire más tradicional. Queda todo camuflado a excepción de las dos columnas de fundición situadas en el centro de la sala. La pasarela elevada en voladizo protege al bibliotecario que transita por ella mediante una balaustrada de madera. El conjunto guarda un fiel parecido a la traza del de la biblioteca de Montesión, incluso las ménsulas de madera que lo aguantan presentan formas zoomorfas imitando al de los jesuitas. Una serie de medallones de madera rematan la parte superior de la librería, medallones que se presentan lisos sin ningún tipo de inscripción o anagrama. En una balaustrada lateral se encuentra un medallón de mayores dimensiones que los del ático dedicado a Josep Mª Tous i Maroto. Éste se colocó el 20 de febrero de 1956 con motivo del primer aniversario de la muerte del polígrafo palmesano.

Volviendo a los inicios de la biblioteca. Una vez construida permaneció cerrada durante algunos años, vacía de libros. En 1931, la bibliotecaria Martina Pascual se incorporó al Ayuntamiento con la finalidad de ponerla en marcha. Por esos mismos años Joan Pons Marqués hizo una propuesta por escrito de cómo se podría enfocar la biblioteca municipal "podria potser orientar-se cap a un tipus de biblioteca com la municipal de Madrid, donant la máxima importància a la secció d´hemeroteca o biblioteca de premsa, i recollint tot el que d´impresos fes referencia a la Ciutat i per extensió a Mallorca..." No sé si Pascual leyó la propuesta, pero desde luego sus actuaciones fueron en ese mismo sentido. El 19 de septiembre de 1935 se inauguró la biblioteca. Su actividad fue interrumpida durante la Guerra Civil y posteriormente reabierta definitivamente. Su dirección ha estado siempre ocupada por una mujer: de Martina Pascual, a su actual directora Conxa Calafat, pasando por la recordada Maria Bonet. Estos días se celebra el setenta y cinco aniversario de la biblioteca, conmemoración que ha coincidido con una necesaria substitución de parte del mobiliario, desgastado por el uso. Ello es prueba irrefutable que la biblioteca de Cort va viento en popa, enfilada hacia otros setenta y cinco años más de vida.

(*) Cronista oficial de Palma