Es en la segunda mitad del siglo XIX cuando comienza a plantearse científicamente la resolución de los problemas de salubridad de las ciudades y de comodidad de sus habitantes. En 1892, el ingeniero Eusebio Estada publicó La ciudad de Palma donde defendía el derribo de las murallas y propugnaba distintas medidas sanitarias para limitar el efecto de epidemias que, como la de cólera en 1865, seguían azotando periódicamente a los palmesanos. También en 1892, el arquitecto Bartomeu Ferrà publicó un artículo en el Butlletí de la Societat Arqueològica Lul·liana. Si Estada reflexionaba sobre el conjunto de la capital, Ferrà lo hacía sobre la necesidad de construir casas apropiadas y baratas para los obreros.

La industria estaba en plena expansión y sus trabajadores se hacinaban en torno a los barrios en los que se levantaban las fábricas de tejidos de Vicente Juan Ribas, la de cerámica La Roqueta o la factoría de cervezas La Rosa Blanca. Los obreros comenzaban a formar grupos compactos en la ciudad y eran más fácilmente contaminables "con los malos ejemplos del anarquismo ateo". La Iglesia pretendía evitar el divorcio con la nueva clase surgida de la Revolución Industrial y enhebró su doctrina social. Ferrà ofrece modelos de casa "científicamente estudiados, que corresponden a la naturaleza de los materiales disponibles y a las necesidades peculiares de su modo de vivir (el de los obreros)".

Esta era su propuesta. En la planta baja una sala de ingreso –"vulgo botiga"–, cocina y comedor "con un banco de hornillos para guisar y la indispensable fogaña", cuarto para varones de dos camas, despensa, fregadero, retrete, un huerto para el cultivo "de hortalizas y arbustos" y una cisterna de uso compartido para cada cuatro casas. En el piso alto habría un cuarto dormitorio "capaz para una cama de matrimonio, la cuna y una cómoda" y un "cuarto independiente para dos camas".

Ferrà desgrana a continuación su teoría contraria a los barrios obreros segregados "de los pertenecientes a la clase ilustrada" porque "establecer separaciones de un modo sistemático sería un procedimiento inmoral".

Las utopías y los utópicos han existido siempre y encuadrados en todas las ideologías. Bartomeu Ferrà era uno de ellos.