Es una de las estampas más fotogénicas de la ciudad y, sin embargo, pocos saben que el Faro de Portopí alberga en su interior un museo. "Es un gran desconocido", apunta Javier Pérez de Arévalo, hasta hace unos años farero en la torre de vigía de Barbería en Formentera y ahora encargado de las señales del tercer faro más antiguo del mundo que sigue en funcionamiento, tras el de la Torre de Hércules en A Coruña y la Lanterna en Génova. El museo, abierto los jueves siempre y cuando se haga a través de citas concertadas, alberga la preparación de un futuro archivo histórico que se pondrá a disposición de los investigadores.

En las cinco salas de este museo se ilustra la historia de este faro a través de una exposición de sus señales marítimas. Planos originales, su evolución tecnológica, la huella de sus inventores apoyan la narración de Pérez de Arévalo sobre la historia de un faro que hunde sus raíces en el siglo XIII, aunque originalmente estuvo emplazado en el actual talud donde se asienta el castell de San Carlos. Habría que alcanzar el siglo XVII para que el faro como tal quedase instalado en la torre de señales. Así hasta hoy. "En 1985, Rafael Soler, director del puerto de Palma, hizo una reestructuración del material de alumbrado que fue restaurado", comenta Pérez de Arévalo. A partir de 2004, la Autoridad Portuaria de Balears se responsabiliza de esta importante colección y de su manera de mostrarla a los visitantes.

Una media de mil personas al año –en su mayor parte escolares y de la tercera edad– han visitado este museo que muestra, entre otros tesoros, las diversas ópticas, unas con remonte de pesos y otras con cubetas de mercurio. Sin duda, lo más llamativo son los distintos sistemas ópticos. Javier Pérez de Arévalo recuerda que el de Portopí fue uno de los primeros faros en España que utilizó el primer plan de alumbrado ya que fue uno de los "pioneros" en servirse de la energía fotovoltaica.

No falta en la visita una estancia dedicada a mostrar cómo vivían los fareros y sus familias en un entorno solitario, casi salvaje. Ahora que distintos países de Europa han convertido sus faros en lugares turísticos y que, tal y como recuerda Pérez de Arévalo en Balears hay una propuesta de reformar la ley en ese sentido, el farero entiende que "en estos lugares debe primar el entorno medio ambiental". Recuerda que "están en zonas protegidas, con un alto interés paisajístico". Él, desde luego, se muestra contrario. "No me parece una buena idea. El turismo se acabaría cargando sus actuales valores".

En cuanto al faro de Portopí, su proximidad a zona de desembarco de material lo convierte en altamente vulnerable.

Balears, a la cabeza

La importancia de estas torres de vigía en Balears se evidencia en que es la comunidad española que cuenta con el mayor número. Un total de 34 faros perlan la costa del archipiélago. Una costa difícil, con zonas de navegación muy difícil donde hay puntos negros como el norte de Menorca, entre sa Dragonera y San Telmo y el canal entre Eivissa y Formentera, con un largo historial de naufragios como el de Chanzy en 1910, tienen que ver con esta abundancia de torres de vigía.

El destello del faro de Portopí va adelantando horario. Su umbral de luz se acopla a las estaciones. Su puntito adelanta el encuentro con la catenaria del puerto. O la salida hacia otros mares.