Este año se cumplen 135 años de la inauguración del primer ferrocarril de la isla, que, bajo la mirada de una gran multitud, cubrió el recorrido de Palma a Inca. Pero la expectación había surgido mucho antes. La iniciativa, privada, surgida gracias a un grupo de mentes inteligentes y osadas, supuso la movilización de un gran número de trabajadores. Los raíles se iban amontonando junto a las traviesas, los hitos y las herramientas para las explanaciones. Extramuros de la puerta pintada —las murallas en esa época seguían en pie— se situó la estación del tren, la cual se cercó con una verja. En un primer momento, la noticia que se iba a construir un ferrocarril en Mallorca provocó incredulidad e indiferencia. A medida que fueron avanzando las obras, se fueron incrementando las visitas de curiosos, y poco a poco se empezó a reconocer que la cosa iba en serio. Entre esos paseantes que salían de las murallas para seguir las obras del tren se podía escuchar todo tipo de opiniones: desde los "malsofrits" de turno, desconfiados ante cualquier síntoma de innovación —tan numerosos en Mallorca y que Miguel de los Santos Oliver denominó "siniestras cornejas"— que auguraban un fracaso rotundo al nuevo medio de transporte: "¿y cómo podrá sostenerse aquí un ferrocarril? ¡Ca! ¡Qué disparate!"; hasta las mentes más imaginativas que auguraban una nueva Mallorca. Seguramente, el episodio más llamativo acaecido durante la construcción del ferrocarril fue la llegada del "monstruo de hierro", es decir, la locomotora de vapor, a la cual se le puso por nombre "Mallorca", y que fue montada en la estación bajo la atenta mirada de chiquillos y curiosos.

El 24 de febrero de 1875 se inauguró el tren. El periodista Miguel de los Santos Oliver fue testigo ocular del acto: "Desde mi alto mirador, vi llegar los invitados a la ceremonia oficial: El clero con su cruz y los ciriales, El Ayuntamiento y la Diputación…". El pueblo, se agolpó en las murallas; en las troneras, en los baluartes sobre las eminencias de los alrededores de la estación, subidos a las paredes, agarrados a las aspas de los molinos repartidos en los flancos de las vías del tren. Los invitados, sin disimular su recelo y susto ante el nuevo y velocísimo artilugio —los técnicos aseguraban que el tren podría llegar a alcanzar los 60 kilómetros por hora, cosa que parecía imposible—, subieron a los vagones y una vez a bordo, prosigue Oliver: "La locomotora silba gloriosamente, empenachada de humo y emprende vertiginosa carrera por la línea, limpia, perfilada, diminuta, entre vítores y los aplausos de la multitud que cerca la estación, que corona las viejas y nobles murallas imperiales…". La llegada a Inca fue recibida también por otra gran multitud. Después de cantar un Tedeum, se sirvió en la estación una comida para las fuerzas vivas del país a las que se unieron algunos poetas para celebrar varios brindis. Antonio Frates, autor de "Escenas Baleares", dejó escritas unas estrofas, bajo el título de "La locomotora", para la ocasión: "Este ser que ha cruzado la llanura/ y deja rastro de humeante aliento/ […] /Ese mugido que los aires lanza,/ en cada pueblo y jamás varía…". Durante el resto del día se sucedieron varios convoyes para que la gente pudiese probar el tren: "El público, hasta bien entrada la noche no se alejó de las estaciones y saludando al último convoy que regresaba de Inca a luz de bengalas y al són de músicas estrepitosas. Desde aquel día, a la llegada y salida de los trenes no deja de asistir numerosa concurrencia de curiosos, dándose cita, por las tardes, en la estación de Palma, la sociedad elegante, para la cual son propicias todas las ocasiones de reunirse".

Pero como era de esperar, no todo fueron elogios. Por un lado, la aparición del tren supuso un nuevo escenario para las empresas de transporte, en que los conductores de diligencias y carros se vieron gravemente afectados ante la competencia desmedida del tren. O los propietarios de los predios afectados que veían como las vías partían en dos sus propiedades. Y tampoco ayudaban a serenar los ánimos los "amos" y demás payeses de esas mismas fincas que veían con preocupación las chispas que desprendía de vez en cuando la chimenea de la ruidosa locomotora, al poder caer una de ellas sobre las gavillas de trigo de sus campos y provocar un incendio. Por otro lado, el público en general que veía con malos ojos al tren al cual, según la dicha popular, identificaba con el mismísimo diablo: "Un llogaret encès que el s´en duu el dimoni". También el mundo de las letras se vio afectado por el tren, apareciendo autores a favor y en contra del nuevo artefacto. Por ejemplo, el presbítero Josep Tarongí dejó unas letras a favor: "Mirad, sobre las líneas va rodando/ la máquina veloz, hasta lo sumo; […]/forma nubes, que doran/ la luz del sol, y mecen/ la audaz locomotora…". En cambio, un autor anónimo que firmaba con una "C" dejó escrito: " A la verdad, patria mia,/ no entiendo ese alborozo/ con que ves tus verdes campos/ cruzados por férreo monstruo"; o también: "Dar silbidos por saludos/ me parece de mal tono;/ y mejor fuera guardarlos/ para los días de toros […] / vuelvan los carros de yugo,/ que fueron de esta isla adorno/ y vuelvan nuestros caminos/ con sus baches y sus hoyos…". La verdad, nunca sabremos si el autor de estos "romanços" los escribió en serio o fue solo pura sorna. Sea como fuere, la aventura del ferrocarril en Mallorca no hacía más que comenzar, le quedaría un largo recorrido, no siempre de viaje feliz, recorrido que todavía hoy perdura.