Todo empezó cuando Modesto Barco vio por primera vez a aquella chica con trenzas. Maria Bauzà, junto a un grupo de amigas, iba a hacerse una foto en Manacor. "La vi y me dije: Ésta, para mí´. Fue un flechazo", reconoce aquel chaval ya entrado en canas y años, que sigue mirando embelesado a su esposa, al frente de los fogones del bar Aras, el único que sirve pajaritos fritos y ancas de rana en el barrio de Santa Catalina. Y, probablemente, en el resto de la ciudad.

Aquellos chicos quinceañeros, ella nacida en Sant Llorenç y él en Plasencia, han hecho del Aras un reducto en una zona que alterna oasis de barrio con el nuevo perfil que van dejando negocios siglo XXI. Al pequeño bar accedes por Industria y por Metge Joan Bauzà. Entre su clientela, los de "toda la vida" que entran y salen para tomarse una cervecita, "ahora que aprieta la calor", dice uno de ellos, o meterse entre pecho y espalda una de pajaritos. No ayer, ya que Maria tuvo que tirar todo el género porque "se me ha estropeado la nevera". A partir de este sábado, los incondicionales de la fritura de pajaritos podrán degustarla por diez euros. La misma tarifa que se aplica al plato de ancas de rana. Una advertencia: "Algunos se creen que los regalo con la comanda de una bebida. Como si fuera una tapita cuando es un plato de la casa", explica la dueña.

Hace 27 años que regentan este local que les llegó "porque a mi marido le iban detrás para que lo cogiera". Pero el Aras suma décadas. "Al menos tiene más de medio siglo", comenta Maria Bauzà. Su talismán está en los pajaritos, codornices de criadero, que ella compra en Macro, y que cocina al ajillo. Las ancas de rana las prepara rebozadas, al ajillo o con salsa de tomate. Atrás quedan los tiempos en que algún que otro bar servía gorriones, pese a la prohibición de darles caza.

El eco del debate de la nación desde la televisión. Los trinos de los políticos alternan con los de un canario y un jilguero. "Los duchan y ¡mira qué fresquitos están!", señala un cliente que se acaba de acodar a la barra. Un póster de una pintura de Dalí, El Cristo de San Juan de la Cruz, forma parte del decorado sin pretensiones de un bar que mantiene la rojigualda y en donde, pese a que "en el barrio no son muy futboleros", se vio la final del Mundial. También asoma desde un mueble, las maquetas de unos enormes navíos. Las hace el dueño: "Me encanta, me relajan", confiesa. Hace honor a su linaje porque el aficionado asegura que lo suyo son los barcos. "Me gustan más, aunque al principio empecé por maquetas de aviones". En su improvisado astillero liliput no faltan los planos de las costillas de la última embarcación que está haciendo. "Ésta me vuelve loco, porque es muy difícil".

Tienen cuatro hijos, "dos y dos", aclara ella, y cuatro nietos, "dos y dos", apunta de nuevo la abuela. La pareja, que se conoció en Manacor y ya no volvió a separarse –he sido tan feliz en estos 48 años como si hubieran sido 300, subraya él–, no tardará en jubilarse. "Ya queremos descansar", dice ella. Sus herederos no van a seguir con el bar. Aún les queda tiempo para ofrecer el menú del día por 7 euros. Ayer tocaba cocido como plato principal.

–¿Con este calor, María?

–Un cliente me dice siempre: "Nadie le quita el trabajo, o sea que a mí nadie me quita el cocido´.

Narra la anécdota aquella chica con trenzas que se las cortó a los 18 años porque "ya era mayor".