La incontenible expansión del Islam había convertido, a partir del siglo IX, el antiguo Mare Nostrum romano en un lago musulmán. Pisa, cansada de ser saqueada por los mahometanos —durante muchos años, recordar los asaltos del 935, del 1004 y del 1010, produjo estupor entre sus habitantes— sería la ciudad llamada a iniciar la reconquista del Mediterráneo. Fue en aquel entonces cuando se organizó una escuadra, la cual en pocos años apaciguó el frenesí expansionista de los musulmanes. En 1015, los pisanos reconquistaron Cerdeña; en 1034 y 1087, llegaron a las costas africanas saqueando Bona y Al-Madia.

Unos años más tarde, con la idea ya premeditada de lanzar un ataque contra el emir de Mallorca, la república de Pisa nombró a doce nobles para que formasen una embajada ante la Santa Sede. Estos doce acudieron ante el Papa Pascual II, el cual les ofreció el privilegio de cruzada. Enseguida invitaron a sus vecinos a unirse a la campaña militar contra la isla balear. Roma, Luca, Florencia, Siena, Volterra, Pistoia, Lombardia, Cerdeña y Córcega se unieron. Génova —ciudad rival— fue la única que no quiso participar.

La campaña bélica de Mallorca es conocida con detalle gracias a la crónica de un personaje anónimo que formó parte de la expedición. El magnífico documento está escrito en latín y se titula Liber maiolichinus de gestis pisanorum illustribus y está traducido al catalán y al castellano. Leyendo el documento sabemos que la campaña se inició el 6 de agosto de 1113. La flota, encabezada por el arzobispo de Pisa y dos almirantes, se dirigió hacia la isla de Cerdeña. Después de una serie de vicisitudes y una fuerte tormenta la coalición itálica arribó a tierra firme pensando que habían llegado a la isla mayor de las Baleares, aunque no tardaron mucho en darse cuenta que las poderosas olas les habían desviado a las costas de "Catalania", es decir, Cataluña, allí dónde gobernaba el "Conde de los Pirineos" (el conde de Barcelona). Cuando Ramon Berenguer III supo de la flota pisana y de la cruzada que tenían encomendada, convocó una reunión en el monasterio de Sant Feliu de Guíxols. Allí acudieron, aparte del propio conde de Barcelona y los italianos, algunos barones feudales provenientes del Languedoc, del Rosselló, de la Cerdaña, de Montpeller, de Arles, de Nimes y de Marsella. Tras el encuentro salieron dispuestos a llevar adelante la cruzada contra los musulmanes de Mallorca. También se acordó que el jefe militar de la expedición sería el conde de Barcelona, pues era la persona que entre ellos gozaba de más prestigio. Los preparativos llevaron su tiempo, meses. Mientras tanto, se mandaron diversas expediciones para tantear el terreno e intentar negociar con Mubassir de Mallorca. En Portopí se encontró el cónsul Lamberto con el emir mallorquín. Mubassir reunió a su consejo de ancianos. Esta institución estaba constituida por cada uno de los jefes clánicos más importantes, los cuales se repartían sus dominios entre alquerías y rafales extendidos por toda la Isla. El consejo de ancianos prefirió pactar con los cristianos que con los almorávides, decisión que no debe extrañar, sobretodo si se recuerda quienes eran esos mahometanos tan temidos. Hoy diríamos, salvando las distancias, que los almorávides eran la versión islámica de los templarios cristianos, es decir, un grupo de monjes-guerreros que vivían en unos monasterios denominados "ribats". Eran hombres altos y fuertes de raza bereber, fanáticos de su religión y de las directrices de su tradición. Los almorávides habían iniciado una operación de expansión con el objetivo de reconquistar toda la Península Ibérica, en aquellos momentos eran una amenaza real para Cataluña, pero también para los musulmanes de los reinos de Taifas, entre los que se encontraba Mubassir. Esta delicada situación mantenía constantemente en vilo al conde de Barcelona y al emir de Mallorca, ambos no sabían muy bien que hacer, ambos desconfiaban de los almorávides y por ello querían evitar a toda costa que los integristas entrasen en escena. Por ello se entablaron unas negociaciones para que los mallorquines musulmanes liberasen a los cautivos cristianos —que por lo visto en Mallorca había muchos— y pagasen los gastos de la expedición militar. A cambio, las tropas aliadas cristianas no invadirían la Isla. Tras largas consideraciones, cuando todo hacía suponer que se llegaría a un acuerdo entre ambas partes, las negociaciones se rompieron y todo se fue al garete. Los motivos de la ruptura no están muy claros, pero sí las consecuencias: empezaba la guerra. Durante la primavera de 1114 los cristianos realizaron razias en Ibiza, Formentera y Mallorca. En la isla mayor arrasaron la antigua ciudad de Pollentia. Los supervivientes, atemorizados y desolados, viendo el peligro que se corría habitando tan cerca del mar, decidieron desplazar la población —trasladando consigo el topónimo— a un valle cercano situado más en el interior, dando origen a la actual villa de Pollença.

En el verano de 1114 se inició, ahora ya sin más preámbulos, la expedición pisano-catalana. Unas quinientas naves zarparon de Salou para dirigirse a la desembocadura del Ebro. Desde allí pusieron rumbo a Ibiza y, al llegar a la isla, la tomaron. Al controlar la mayor de las pitiusas se conseguía tener la retaguardia protegida mientras se lanzaban al asalto de Mallorca. El 22 de agosto de 1114 la expedición militar arribaba a la bahía de Madina Mayurqa.

* Cronista oficial de Palma.