En los talleres de los artistas se respira una atmósfera especial. No es una cuestión física, aunque cada elemento ayuda a crear el ambiente. Cuadros apoyados y amontonados en todas las paredes. Tarros abarrotados de pinceles. Cajas repletas de tubos Mir, Van Gogh o W&N semisecos. Unas manchas de azul ultramar o de rojo de cadmio en el suelo. Caballetes con obras en espera de la pincelada definitiva. El sillón preferido del artista en el que se detiene el tiempo. Unas botas de mil colores. Los talleres son materia, pero, por encima de todo, en ellos flota el espíritu del pintor.

Su influencia adquiere tal magnitud que los propietarios son arrastrados a reproducirlos en su obra. Willem Van Haecht lo hace representando abigarrados gabinetes en cuyo centro está el artista concentrado en su trabajo. Jan Vermeer da otra lección magistral del uso de la luz en la escena que se conserva en Viena. Gustave Courbet construye una alegoría política y social en torno al pintor trabajando. Las Meninas de Velázquez no son sino su propio lugar de trabajo, aunque este se encuentre en el Alcázar Real de Madrid. Miquel Barceló pinta su taller en relieve y, expuesto en el Reina Sofía, constituye un detallado catálogo de su obra.

Desgraciadamente los talleres de los artistas suelen desaparecer con la muerte del propietario. En Mallorca tenemos la suerte de haber conservado los que utilizó Joan Miró: el de Son Boter y el creado por Josep Lluís Sert. Ahí se ha detenido el último instante del catalán y aún podemos ver al maestro sentado en la mecedora mientras busca la siguiente pincelada.

Otros, como el de la fotografía, se han perdido. Perteneció a Faust Morell i Bellet (1851-1928), que heredó de su padre Faust Morell i Orlandis, el título de Marqués de Solleric, la afición por la pintura y, tal vez, este taller ubicado en el Casal Solleric del Born. El caballete con la tela en blanco –la peor pesadilla del artista–, paredes abarrotadas de cuadros, una cámara de fotos, un tablero de ajedrez debajo de un bufet... Es el taller de un pintor aristocrático ubicado en una casa señorial y, sin embargo, no se distingue de otro de su época. Por desgracia desapareció y ya no podemos sentir qué atmósfera se respiraba en el interior.