El escaparatismo es una ciencia muy rara. El principal reclamo de un negocio es su vitrina, su cara, que algunos quieren limpia, y otros, menos asépticos, abundante. Gilbert K. Chesterton escribió que si "toda sociedad industrial sufre la maldición de la esterilidad y lleva la marca del esclavo" se debe, siempre a juicio del inglés, "a que no es capaz de crear una costumbre; sólo puede crear modas". Hablaba del siglo pasado. El XXI supera con creces la centuria precedente. Vivimos a golpe de modas, muchas de ellas camufladas en inveteradas costumbres. En los escaparates, ciencia muy rara, ya lo he dicho, cada cual se busca la vida como puede.

Entre talleres mecánicos, oficinas y sucursales bancarias, surge el bar Luxor, una nota de exotismo en plena calle Foners. "Quería hacer algo diferente", señala Javier Martín, un vallisoletano hecho a Palma desde hace nueve años y, sobre todo, un pirrado por la egiptología, otra ciencia muy rara. Para distinguirse, acudió a la empresa Retromanía que, afincada en Zaragoza, apresta locales viajeros por toda la piel de toro. En el Passeig Marítim ya han montado otro a semejanza de un pub irlandés. Los afiches, fotos y reproducciones de columnas papiriformes y de sarcófagos del bar te sumergen en un escenario más propio de Muerte bajo el sol, rodada en esta isla que es un plató, como todos sabemos, muy camaleónico. Un policía se toma un respiro en la barra. Al fondo, un grupo de amigos se zampa un pa amb oli, muy cairota. "Lo único egipcio que ofrecemos es un té", comenta el propietario. Mientras este economista hace equilibrios con los números, anhela viajar al país del Nilo.

Frente al escaparatismo temático, otros se las apañan con rotulador y mucho ingenio. Antes de entrar, sacudido por los jugos gástricos en pleno estallido, uno se topa de frente con el siguiente mantra: "Sexo, drogas, alcohol, rock and roll y las croquetas de Ca´n Vallori". Ya me dirán si no es para entrar a echarle un baile a la masa de bechamel.

Emilio Guedon nació en Madrid hace 70 años, pero de ellos, 41 los ha pasado en Palma. Y de éstos, sus tres últimos lustros, junto a Rosa, una uruguaya de siete décadas. Como el escaparatismo es ciencia rara, sus amigos les han echado un cable. Si pinchas en el youtube Vídeos Can Vallori aparece el local de pollos al ast y comidas para llevar. La banda sonora es una pieza de Vivaldi. En las entradas, el entusiasmo corre parejo al adagio: "¡Las mejores croquetas de Palma!".

Emilio anda en la cocina, preparando el rock de las croquetas, las sopas mallorquinas o lo que se tercie. Siempre circula algún apresurado divorciado que anda en busca de consuelo gastronómico entre un apretado horario laboral. Se mueve Emilio al compás de música clásica, "siempre", asegura. Ella, con su moño blanco, atiende a la clientela, y si la cosa se presenta tranquila, agarra un libro. Le gusta Borges.

Su local siempre estuvo en la calle que le da nombre, hasta que un día el propietario ldecidió vender. Emilio y Rosa agarraron sus bártulos y se fueron con Bach y Borges a la esquina cercana de la calle Sant Esperit. Desde julio tienen licencia para seguir entonando el mantra. Si es que el escaparatismo es ciencia rara y uno cree estar en Luxor cuando en realidad baila un rock and roll envuelto en una croqueta.