Entre dos barrios, Sant Magí es punto y aparte de la ciudad. Media calle es de es Jonquet, la otra media, de Santa Catalina. Pero al igual que sucede con personas escindidas en dos, se acaba creando un mecanismo de autodefensa que la convierte en alguien muy suyo, genuinamente propio. Desde lo alto, se vigilan el hostal Cuba, en plena reforma y a dos tiros de piedra de inaugurar cafetería, y la iglesia de Sant Magí. En la calle, a ras de suelo, una suerte de melting pot que reúne a los de siempre con los otros. En perfecta armonía. "De antes ya hubo ingleses, alemanes, gentes de los barcos que recalaban en la ciudad y algunos se quedaban aquí. Conviven perfectamente las distintas nacionalidades", aprecia Gabriel Serra, heredero junto a su hermano Antoni, de la Ferretería, Droguería y Efectos Navales La Central, casi noventa años de artilugios y útiles marineros, amén de los productos propios del negocio. Quien quiera hacerse con bolas de alcanfor, bicarbonato, almidón y estopa de calafateo a granel, el local será diana. El patriarca Gabriel entró de mozo a los 14 años. Perseveró y se hizo con el negocio que ya alcanza su tercera generación gracias a Eva, la nieta. "Un día, un inglés se presentó con un pequeño plano dibujado con el nombre de la ferretería. Nos dijo que un buen cliente nuestro, otro marino, le había hablado de La Central".

No vieron los ojos del hijo del droguero cómo el pararrayos del hostal Cuba desequilibró el avión que portaba el correo entre Argel y Francia. Eran los años de la Guerra Civil, y aquel bimotor caído en es Jonquet fue estampa ya para siempre de los del lugar.

Entre el aire por Botaló y en caracol lancea el mar de sus pies para darle en un callejón, el del Ancla. Como la vieja copla, ´En Sevilla, hay una torre, en la torre, una ventana, y en la ventana, una niña..´ así se mecen las traseras de Sant Magí. Quizá por eso se llegaron desde Esporles Joan Font y Margalida Jaume. Mantienen intacta la carbonería más antigua de Palma que sigue en activo. Ellos venden, sobre todo, leña, briquetas, carbón de barbacoa, carbón de encina, orujo y carboncillo. Aún cuelga el letrero ´se vende petroleo´ a pesar de que la demanda se achica. Se acerca a la carbonería Juan Francisco Foconne, un mallorquín descendiente de italianos que viaja desde El Toro para hacerse con los haces de leña, con la carboncilla y las cáscaras de almendra.

La mañana estira su sombra. Empiezan a oler los fogones porque Sant Magí ha pasado de ser un lugar de tráfico de drogas –"los 80-90 fueron muy duros", apuntan los vecinos, como la mercera Catalina Nadal–, a ser la cocina de parte de la ciudad. Acaban de abrir una restaurante sirio-libanés que se suma a una oferta de tapas de autor, en Ummo, cocina vasca, italiana en La Barraca y un suma y sigue de ONU culinaria. A la mixtura, el colorín de la calle, conseguido gracias a algunos de sus residentes extranjeros. Como la arquitecta Christina Leja que desde la inmobiliaria Bconnected decidió ampliar la paleta de colores al santo ermitaño. No hace ni dos meses que el fucsia, el naranja y el limón pastelean desde las ventanas de la tienda de ropa y muebles vintage que ella, junto al equipo, "muy bien avenido", ponen a la venta. "Creo que esta zona es una de las más cosmopolitas de Palma. El hecho de que muchos jóvenes extranjeros que trabajan en los barcos se hayan instalado aquí y convivan perfectamente con los vecinos de siempre le otorgan un carácter especial", señala la arquitecta alemana. Gracias al éxito del mercado de segunda mano, en dos meses harán otro guiño al santo. Será para ponerle muebles.