Palma se apasiona con debates ciudadanos que en otras latitudes están superados desde hace años. Por ejemplo, llevamos meses discutiendo sobre los carriles bici que se extienden por la ciudad. Sus detractores arremeten contra la supresión de espacio para los coches en las avenidas. Advierten que no se utilizarán en verano porque hace demasiado calor, y en invierno tampoco por todo lo contrario. El escaso número de aficionados a darle a los pedales es otro argumento irrebatible de quienes rechazan que se les dedique un metro de asfalto en exclusiva.

Una breve visita a Estocolmo avergonzaría a cualquier opositor. La capital sueca tiene una población de unos 830.000 habitantes, que duplica a la de Palma. Sin embargo, desde hace años ha reservado 760 kilómetros de sus vías para el uso exclusivo de las bicicletas. Palma acabará esta legislatura con unos modestos 40 kilómetros.

Resulta absurdo comparar el benigno clima mallorquín con los siete grados bajo cero habituales en el invierno, convenientemente regados con veinte centímetros de nieve, o con los más de 30 de los meses de verano.

La explicación a dos situaciones tan contrapuestas se puede descubrir en un curioso referéndum. Los habitantes de Estocolmo votaron en septiembre de 2006 a favor de limitar el acceso de los vehículos privados a la capital para evitar la congestión y reducir los niveles de contaminación. Algo parecido a lo que hizo Londres, pero por votación popular. Por cierto, que desde que resulta carísimo acceder al centro en los coches particulares se ha duplicado el número de usuarios de la bicicleta.

¿Se imaginan un plebiscito semejante en Palma? Pueden imaginárselo, pero saben que el resultado sería el contrario. Aquí aún creemos que la calidad de vida consiste en aparcar el coche ante la iglesia en la que se oficia el funeral, el bautismo o la boda. O delante de la discoteca de moda. En Palma sostenemos que mejorar el nivel de vida pasa por aguantar cuarenta minutos rodeados de malos humos antes que caminar un cuarto de hora o pedalear cinco minutos. Se obtiene mayor placer de dar vueltas durante un cuarto de hora en busca de aparcamiento, que del mismo tiempo dedicado a leer un buen libro en el autobús.

Nuestro concepto de calidad de vida anda veinte años por detrás del de los países más avanzados de Europa.