La psicosis se ha instalado entre los vecinos del Camp den Serralta. Cuando apenas han transcurrido 13 días del derrumbe del inmueble situado entre Rodríguez Arias y Alós que costó la vida a siete personas, algunos vecinos creen que otra tragedia se puede volver a repetir si nadie le pone remedio.

"Fue tremendo", recuerda Magdalena Gelabert. Esta vecina del inmueble situado en el número 4 F de la calle Alós mira con preocupación las manchas de humedad que se agolpan en su patio. "Pertenece al vecino (la casa que da a Rodríguez Arias), pero no lo arregla", se lamenta.

Mientras tanto, Magdalena asegura que su hija, de 11 años, aún no puede conciliar el sueño después del desastre vivido a escasos metros. "Tomamos valeriana todos los días. Sólo con que pase el camión de la basura nos altera. Pensamos que se puede repetir en cualquier momento".

Por su parte, Magdalena García tiene aun más motivos para la zozobra. Una de las habitaciones de su vivienda, situada en el número 2 de la plaza Serralta, permanece apuntalada desde poco después del fatídico 25 de octubre. Nadie le ha dicho aún cuando podrá volver a habitar esta estancia.

"Desde entonces tengo miedo a dormir en la cama", subraya Magdalena mientras señala la almohada y la manta arrugada sobre el sofá. Su anciana madre, de 89 años, también reposa sobre otro sofá situado en el salón de la vivienda.

Cuando están a punto de cumplirse 15 días del derrumbe del edificio, Magdalena García no encuentra el momento en que todo vuelva a la normalidad. Por lo pronto ha tomado una determinación: denunciar su situación. "No me voy a ir, pero voy a denunciar. Sigo con la luz a 125 y esto puede reventar en cualquier momento", asevera.

En un portal muy próximo, en el número 1 de la plaza Serralta, se encuentra la vivienda de Fátima y su familia. Las huellas de las catas practicadas en el techo de su cas por los técnicos municipales aún se mantienen en dos habitaciones.

"Mi hija mayor, de tres años, no quiere entrar todavía en las habitaciones", se queja. "He hablado con el dueño y todavía no sabemos a quién le corresponde tapar estos agujeros". Ahora que la lluvia comienza a ser frecuente, las señales de humedad empiezan a asomar por el techo. Después del desastre del derrumbe del edificio a espaldas de su finca, Fátima ha tomado una determinación: "Ya no tengo ganas de vivir más aquí".