El gran misterio de la escultura en Palma reside en el destino de las antiguas lleones del Born. Una vez retiradas, ¿adónde fueron a parar? ¿se conserva alguna de ellas todavía? Pero aparte de ese misterio mayor, existe otro menor no menos interesante. El busto de Santiago Rusiñol. Este insigne artista y escritor, al que Mallorca tanto debe, ha tenido una existencia simbólica bastante accidentada. En 1934 se puso en marcha la construcción de un monumento a Rusiñol. Se escogió para ello la hornacina situada junto al Teatre Principal, donde luego se colocaría un desnudo femenino de Jaume Mir. El busto fue cedido gratuitamente por el escultor catalán Joan Borrell Nicolau, que había realizado ya al menos otros dos en 1926 y 1932 para homenajear al artista en su tierra. En el Ayuntamiento se conservan fotografías de esa obra, lo mismo que en el inventario de Borrell Nicolau disponible por internet. Era una obra acabada con mucho detalle, muy bien proporcionada.

Posteriormente, el busto fue retirado de la hornacina. Y se construyó la antigua fuente escultórica de Marqués de la Sènia, donde está bajo tres grandes arcos y presidiendo un surtidor con tres peces tallados en piedra. Sin embargo, la escultura que allí se colocó difiere bastante de la que podemos contemplar en las fotos originales. Los trazos ya no están tan bien definidos, sino que resultan ambiguos y escasos. La ropa parece tener más angulosidades y la cara posee una expresión diferente. Este busto sufriría un tormento más cuando también fue desmontada la fuente de la placita, para ser recolocada hace poco en una versión mini unos metros más atrás, junto a los edificios del antiguo Gomila Park. Ahora se puede contemplar perfectamente, dada la poca altura de la peana. Se aprecian las diferencias antes citadas, pero también la firma de Borrell Nicolau en la parte izquierda de la hombrera. ¿Sufrió la pieza tan fuerte desgaste por la acción de los elementos para acabar pareciendo otra? ¿O realmente Borrell Nicolau preparó un segundo busto? ¿Y si fue así, dónde está el primero? Sólo el pobre Rusiñol de bronce, silencioso y seguramente cabreado por tanta mudanza, podría darnos la respuesta.