Flipaditos estamos todos con la chapuza del Palma Arena. Camiones que entran y salen varias veces, toldos multimillonarios, marcadores astronómicos, ascensores que salen a la nada, cocinas enormes que no cocinan.

Después de tanto espectáculo, creo que la única salida para rentabilizar ese bodrio –que entre otras cosas hemos pagado con nuestros dineritos– sería organizar visitas guiadas.

Convertido en parque temático de la mangarrufa y la incompetencia, el Palma Arena podría suministrar espectáculos tan atractivos como el Circo Medrano.

Exhibición de camiones descargantes que pasan y pasan como las compañías faraónicas de Aida en los teatros baratos, malabaristas de facturas ("nada por aquí, nada por allá. Son 60.000 euros"), suelos que se levantan como las cobras de los encantadores de serpientes al paso de cualquier bicicleta... Mientras, unas televisiones emitirían los videoclips de los principales responsables haciendo declaraciones cómicas.

Y dentro de ese circuito no olvidaría la parte trasera del megacomplejo. Porque cualquiera que circule por el Camí de l´Ardiaca puede contemplar el auténtico merdodrómo en que se ha convertido ese terreno. Palés inservibles, tubos cortados, plásticos, basuras de todo tipo esparcidas con estética Kabul.

Será porque se gastaron tanto dinero en el marcador que no les quedaba para una cuadrillita que al menos tuviera limpios los alrededores.

En eso, el Merda Arena es un ejemplo paradigmático de la locura de esos años de especulación. Lo importante ha sido siempre la fachada, la foto de la inauguración, la publicidad. Detrás, se acumulan la mierda, los desperdicios, los procedimientos inconfesables. Como si por el hecho de estar en la parte trasera que nadie visita hubiesen de ser invisibles para todos.

He aquí la metáfora de este escándalo.