Estos días se están arreglando unos bancos de piedra semicirculares que flanquean la calle de Jesús, concretamente a la altura de intersección con la calle Luís Vives. Estos hermosos bancos son el único testimonio que nos queda de lo que en su día fue el primer paseo que hubo "fora porta", es decir, en la ciudad extramuros, el cual fue conocido durante más de un siglo, como el paseo de las Cuatro Campanas.

En otros tiempos, sobre todo a partir del siglo XVIII, se fue poniendo de moda en Palma pasear con carroza, "ómnibus" o con las clásicas "galeretes" señoriales. Contrariamente a lo que se puede pensar, era costumbre que estas carrozas fuesen tiradas por mulas y no por caballos. A éstas se les cortaba la cola para diferenciarlas de las mulas destinadas a las labores del campo. Esos paseos con carrozas se fueron convirtiendo en una excusa para ostentar. De ahí que se empezase a decorar esos carruajes de forma pomposa y monumental, llegando a convertirse en auténticos objetos artísticos. Tanto fue así, que cuando los coches de motor a explosión fueron substituyendo a los tirados por mulas, los fragmentos más artísticos de estas carrozas se pudieron seguir admirando en las paredes de más de una finca campestre. Josep M. Tous i Maroto definía a esos coches "como gigantescas bomboneras montadas sobre inconmensurables muelles y alto rodaje, acomodado el auriga en el empingorotado pescante y el lacayo de pie en la parte trasera del coche, sobre una plataforma dispuesta al efecto y vestido con la galoneada librea con los escudos de la casa." Por dentro también eran ricamente decorados con pinturas, dorados y asientos capitoné de terciopelo carmesí. Los paseos podían empezar en el Born. El admirado Bartomeu Ferrà, cuenta en sus memorias que, de niño, ver los paseos de carrozas era como ir al cine. Éstas se paraban delante de Can Bartola, una heladería que estaba situada en el Born, y allí los criados de honor saltaban de las calesas y entraban en el establecimiento para sacar vasos de helado y servírselo a las señoras que esperaban dentro del coche.

Pero aparte de estos paseos por dentro de la ciudad, era costumbre traspasar las puertas de las murallas para dar una vuelta por el campo. El antiguo cauce de la Riera –Born y Rambla– servía de vía para salir de la Ciudad, a través de la Puerta de Jesús: "aquellas 'galeretes' que al pasar, con toda la familia dentro, bajo la tiznada bóveda de las viejas puertas de la ciudad, a trote largo las cuatro mulas encampanilladas, levantaban un ciclón de armoniosas resonancias que eran como el eco alegre de la bonhomía y del bienestar característicos de una época exenta de grandes preocupaciones".

Sabemos que hacia el año 1740, a iniciativa de José de Vallejo, Capitán General, se adecentó el camino exterior de la Puerta de Jesús, con la clara intención de hacer un paseo, prolongación exterior de la Rambla. Se trataba del camino que comunicaba Palma con el convento franciscano de Jesús. En 1783, a iniciativa del Capitán General Galcerán de Villalba –con la colaboración del cardenal Antonio Despuig– el paseo cobró el aspecto definitivo. Se niveló el piso, se sembraron árboles, se construyeron bancos que flanqueaban el paseo y en uno de los laterales se hizo una acera para los peatones. En el cruce de caminos, de Jesús con el del Tirador, se ubicaron unos bancos curvos de piedra, cuyo ornato consistió en colocar unas enormes hidrias sobre zócalos, hidrias cuya forma recordaban –y de hecho siguen recordando– a unas campanas, de ahí que los palmesanos bautizasen al paseo como el de las Cuatro Campanas. Éste finalizaba muy cerca del convento de Jesús en una explanada que se conocía como la plazoleta de Ca donya Aina, dónde los coches giraban para volver por el mismo sitio. El cardenal Antonio Despuig encargó, y costeó de su propio bolsillo, dos lápidas que contenían una inscripción latina alusiva al promotor del paseo. Estaban colocadas al principio del mismo y hacia el 1800 su estado de conservación ya era deficiente.

Desde fines del siglo XVIII hasta la primera mitad del siglo XIX, este paseo se convirtió en el más concurrido de la Ciudad, especialmente por las familias más pudientes. Para que uno se haga a la idea, en 1787, Vargas Ponce contó unos ciento cincuenta carruajes de lujo que se paseaban por allí, provocando una gran polvareda. En la primera mitad del siglo XIX, la iniciativa de construir el cementerio de Palma en Son Tril·lo, produjo una devaluación del paseo. De lugar de recreo fue tornándose lugar fúnebre. Ferrà, en sus memorias, reconoce que una de las impresiones más fuertes de su infancia fue el séquito de hombres que portaba un muerto a hombros con el baúl descubierto "com la comitiva arribava a la Porta de Jesús, ja s´eren senyats amb veus altes, passant el Rosari de cap a les Quatre Campanes..." Por desgracia, en 1932, el paseo desapareció completamente, al tener que realizarse las rasantes que habían de permitir construir la avenida del Conde de Sallent y la calle Barón de Pinopar. Hoy el paseo de "ses Quatre Campanes" sólo lo podemos contemplar a través de las fotografías y las pinturas de la época… y aquellos versos d´Enyorança de Joan Alcover: "Pensaments qui volen com a caravanes/ de fulles empeses pels mateixos vents,/ si fossen visibles els meus pensaments, passar els veríeu les Quatre Campanes…"

*Cronista oficial de Palma.