Si de Memorias está el mundo lleno, no lo están, a buen seguro, sus calles (las nuestras), dispuestas a retener sólo medias Memorias, no obstante en un tiempo, ya lejano, ostentarlas completas. El caso deriva de la piqueta de turno, sea edilicia o privada, que subrepticiamente borró de la mayoría de esquinas o chaflanes la oportuna señalización que se intenta en vano descubrir, por haber desaparecido la losa en la que fue esculpida su nombre, la Memoria despechada. El resultado, entonces, no pasa de situar al peatón en un alucinante laberinto de Creta, y al Ayuntamiento ejerciendo una tolerada labor destructiva, que aprovecha el responsable para desvanecer olímpicamente manzanas enteras, movidos por el lucro, la conveniencia o carencia de la inspección reglamentaria.

No vale aquí recurrir al dicho que computa el número de dedos, en sintonía con la escasa importancia que supuestamente motiva la cosa, pues son muchos los ayuntamientos pasados, presentes y, supongo, también por venir que dan la callada por respuesta ante las innumerables quejas que, al respecto, fueron elevadas al mandamás o área competente, por quienes intentan infructuosamente localizar datos que el callejero, por más sorna, considera localizables; y así el problema queda al fin convertido en réplica "silenciosa" en torno a la que el responsable munícipe, si lo hay, suele basar su mejor y legal defensa. Los tiros, por tanto, llegado el momento de tener que dedicar a alguien en concreto, una de las innumerables protestas que sobre tal orfandad callejera salpican a diario el aire de nuestras calles, afectan, sin duda, a cuanto ayuntamiento, en el transcurso de los años, pudo y no quiso deshacer el entuerto, pese a que por renovada actualidad del mismo me obliga a señalar como responsable a nuestra sonriente alcaldesa Aina Calvo, a quien desde ahora me atrevo a dirigirme.

¡Cuán fácil para usted sería comprobar personalmente lo visto, leído y expuesto en estas línea! Bastaría con que se tomara la molestia de apearse del coche oficial que le conduce a un destino seguro e iniciar de inmediato una saludable caminata por el ensanche, avenidas y plazas que configuran nuestra bacheada urbe mediterránea. No tardará a buen seguro en observar la falta de placas que, anunciadoras en su día del nombre de la calle, fueron abatidas por la reforma de turno o por la nueva edificación, víctimas de la irreflexiva dejación inspectora, o por desinterés de la empresa constructora. De aquí que me anime a pedirle, vista la inmediatez que ha demostrado recientemente con otros temas menos urgentes para el vecindario, como aquél, por ejemplo, consumado al albor de la jornada, frente a un horizonte de paz y nostalgia, que proceda en consecuencia a una urgente reposición de los respectivos patronímicos. Imagine los perjuicios que, a menudo, ocasiona a los viandantes el hecho de quemar horas de su preciado tiempo laboral en un tan desesperante como estéril culebreo por nuestras (sus) calles con el fin improbable de poder enterarse del pétreo bautismo del que en mala hora fue despojado, junto al de su original Memoria.

Desengañémonos, Aina Calvo: Las sinrazones de una acción que destruyen y no restituyen tales apelativos son fruto de una inoperancia urbanística por la que no debe pagar el transeúnte, ni cualquier hijo de vecino. Espero, por tanto, que entre sus grandes proyectos destine uno, al menos, que solucione tan desmemoriado porcentaje de ausencias. De no ser así, sea quien sea que patee, pasee o transite por Palma seguirá considerando sus impuestos como algo injusto e indigno de serle exigido. No en balde la ley obliga tanto a quien manda como al que obedece.