Es curioso comprobar cómo el flechazo o el desagrado no sólo se produce entre seres vivos. También las piedras, sobre todo los edificios, originan idéntica repercusión. No sabes por qué, pero ante determinadas construcciones sientes una antipatía especial. Es lo que a uno le ocurre con el Consell Insular. Políticas aparte y arquitectónicamente hablando.

La sede de la primera institución mallorquina tiene algo difícil de concretar. Tal vez el yu-yu naciera del hecho de haberse levantado sobre una prisión. O quizás obedezca al propio emplazamiento, encajonado entre otros edificios que parecen obligarle a crecer en altura.

Así como Cort se extiende sobre la plaza como un parasol protector, nos cobija bajo su alero, nos da asiento en el "banc del sinofós", abre sus ventanas y puertas como si nos invitara a entrar, el edificio de Consell es como una "vielle dame" antipática. Arruga el rostro con disgusto, formando pináculos, escudos, goticismos, torretas y filigranas. Igual que si pretendiera decirnos: "Soy muy importante, haz el favor de salir de ahí". Cuando entramos en el zaguán no tenemos esa sensación de cobijo que producen ciertos edificios. Más bien parece que entremos en las fauces de un monstruo de piedra.

La sede de la antigua Diputación provincial se empezó a construir en 1882. Participaron en ella Joaquim Pavia, Joan Guasp y el escultor Llorenç Ferrer. Con toda la buena fe del mundo, inmersos en aquel momento de furores góticos, pensaron que este estilo daría un empaque estético y oficial al conjunto. Pero cometieron algunos errores considerables. Como por ejemplo colocar esas feas gárgolas copiadas de Nôtre-Dame de París en lo alto de la crestería.

Las gárgolas miran con avidez a su alrededor. Espantan con su aspecto demionesco. Así como los atlantes de Cort hacen semblante de esfuerzo, y uno piensa que soportan con estoicismo la función pública, las gárgolas del Consell parecen reírse de nosotros. Mientras entrecierran los ojillos con fruición pensando en nuevas maldades. Nadie en sus cabales se fiaría de ellas.

¿Acaso no es una gran paradoja que representen a nuestra primera institución insular?