Dicen los expertos que la adicción a las drogas es una enfermedad, porque ata al drogodependiente a una sustancia sin la que no sabe vivir y condiciona su voluntad de tal forma que olvida sus principios morales y hace daño a quienes tiene al lado con tal de conseguir su dosis. Este podría ser el caso de Rodrigo de Santos, aunque desconocemos hasta dónde pudo llegar el ex teniente de alcalde por obtener la cocaína que, al parecer, consumía de continuo. Asunto distinto es si esa adicción anulaba su discernimiento hasta el punto de no ser consciente de que actuaba mal cuando usaba la tarjeta de crédito de la SMAP para pagarse los gustos nocturnos y cuando, presuntamente, abusaba sexualmente de menores. Si, como querría su defensa, admitimos que no controlaba en absoluto esos comportamientos ajenos a su cocainomanía tendremos que asumir igualmente que no controlaba sus actos mientras dirigía el departamento de Urbanismo del ayuntamiento de Palma, ni cuando comparecía impoluto en público, ni mientras participaba en las actividades de su partido. Quienes le vimos en el apogeo de su poder sabemos que no es así y sabemos, por lo tanto, que no fue la droga lo que le hizo delinquir.