Quien más quien menos ha oído más de una vez aquello de que vivimos en la Isla de la calma, divisa que inmortalizó Santiago Rusiñol en el libro sobre su estancia en Mallorca. Pero si atendemos a los hechos históricos comprobamos que esa afirmación no se sostiene. Ya en época islámica observamos como la sociedad mallorquina se estructuraba en bandos o clanes enfrentados entre sí. Jaime I se aprovechó de esta situación para conquistar Mallorca al recibir ayuda de uno de los bandos musulmanes. Los nuevos pobladores feudales también importaron los conflictos entre de diferentes bandos, capitaneados, en la mayoría de los casos, por miembros del estamento nobiliario. Hay que tener en cuenta que la sociedad mallorquina era un pueblo armado, el cual debía estar siempre preparado a un posible ataque exterior. El problema es que las armas que se tenían para combatir al invasor, muchas veces eran utilizadas en las disputas internas. Esta realidad dio más de un quebradero de cabeza a las autoridades del Reino.

En el siglo XV, cuando ya habían transcurrido más de doscientos años desde la Conquista, la sociedad mallorquina presentaba unas estructuras sociales sólidas. Con la aparición de los fideicomisos (es vincles, en mallorquín), fue apareciendo el concepto de linaje, Casa, o "clan". Los intereses de cada Casa, solían colisionar con los de otra familia y no era extraño que la cosa acabase en una refriega armada, con muertes incluidas. El historiador Jaume Serra en su estudio sobre las banderías de Mallorca abunda en esta consideración: "No és estrany trobar prèviament a l´esclafit de la lluita armada un període de litigis als tribunals. En aquest cas, els fideicomisos eren una bona raó". Entre el elenco de estos enfrentamientos a lo largo de la historia mallorquina, hay un episodio, de los más antiguos conocidos con cierto detalle, que fue rescatado por la literatura romántica del siglo XIX. Se trata del enfrentamiento sostenido entre dos bandos de finales del siglo XV y que estaban capitaneados por los Armadans por un lado y por el otro por los Spanyols (en mallorquín antiguo el término spanyol significaba halcón, animal que utilizaba esta familia para blasonar sus escudos). Se desconoce el origen del desencuentro entre ambos grupos, pero sabemos que hacia 1489 las relaciones entre ellos no eran muy buenas. Prueba de ello es lo que aconteció durante el carnaval de ese mismo año, concretamente el dos febrero, cuando Jaume Armadans pasó frente a la casa del noble Roderic de Santmartí y de su yerno Pere Spanyol. Fue en esos instantes cuando una criada de los Spanyol derramó desde una ventana el agua que tenía en una jarra sobre la testa de Armadans, como solía ser costumbre en aquellas fechas presididas por la broma y la risa. En cambio no le debió hacer ninguna gracia al tal Armadans que sintiéndose ofendido por el bando enemigo, no dudo en apearse de su mula, subir al piso principal de la casa para una vez allí, delante de la señora de la casa, golpear groseramente a la criada. A las pocas horas se enteró Pere Spanyol, que indignado no dudó en reunir a cincuenta hombres de los suyos. Durante la noche todos ellos asaltaron Can Armadans (esta casa todavía existe en la calle de Can Sans), y allí acuchillaron a Jaume Armadans e hirieron gravemente a su esposa. Al salir de la casa se encontraron con Francesc Armadans, primo de Jaume, al cual también agredieron con gran violencia. Poco tiempo después los asaltantes fueron detenidos por la autoridad competente, a excepción de Nicolau de Pax y Pere Santjohan que lograron salir de Mallorca para tomar parte en la guerra contra el reino de Granada. Allí fueron armados caballeros al finalizar una batalla por sus heroicos hechos de armas, con lo que obtuvieron también el perdón por el asalto en casa de los Armadans.

Mientras tanto, en Mallorca, los detenidos disfrutaban de una tregua de dos años concedida por el rey. Parecía que las aguas habían vuelto a su cauce, hasta que el 2 de noviembre de 1490, mientras se celebraba solemne misa en la iglesia conventual de San Francisco de Palma con motivo del funeral de Difuntos, y estando presentes caballeros de ambos bandos, sucedió que uno tropezó con el otro, se entrecruzaron palabras gruesas que rápidamente desembocaron en una lucha sangrienta. Sin tener en cuenta la tregua firmada, ni en el lugar sagrado dónde se encontraban no dudaron los miembros de las dos facciones en desnudar sus espadas y empezar a combatir. Cesó la santa misa y los seráficos frailes en continente se dirigieron, crucifijo en mano, a interponerse entre los violentos. Su intercesión no sirvió de nada, el tumulto crecía y más de trescientos aceros se cruzaban esparciendo la sangre con gran espanto del resto de los presentes. Los franciscanos gritaban despavoridos «¡vergüenza, vergüenza!», «¡mirad que estáis en la iglesia santa del Señor!». Finalmente, viendo que la situación no se calmaba, los religiosos decidieron poner en la Custodia a Jesús Sacramentado. La presencia del Santísimo provocó repentinamente el fin de la lucha. Hubo entre los Armadans y los Spanyols mutilados, heridos de gravedad, lesionados... Los responsables fueron encarcelados en la torre del castillo de la Almudaina. Los otros miembros de los clanes fueron arrestados en sus domicilios. Se pagó al pintor Moger "dotze senyals reials [escudos reales] que foren posats en lo carrer dels Armadans e del Mercat per asignar los límits de llur arrest". Se realizaron tres procesiones en desagravio y en las paredes laterales de la iglesia de San francisco se hicieron pintar cruces rojas, aún hoy visibles, para purificar aquel sagrado lugar.

Estos bandos o clanes perduran a lo largo del tiempo y aparecerán con fuerza durante el siglo XVII. Son las conocidas luchas entre Canamunts y Canavalls.

(*) Cronista oficial de la ciudad