Hace unas semanas la Asociación de Amigos de los Museos Militares, tuvo el acierto de rememorar los doscientos años de la expedición que hizo el ejército español a Dinamarca, capitaneada por un ilustre mallorquín, don Pedro Caro y Sureda, tercer marqués de la Romana. Lo hizo con un ciclo de conferencias realizadas en Palma impartidas por diferentes especialistas sobre el tema, dándome pie a escribir este artículo.

Esta expedición se ha de contextualizar en la dura campaña que Napoleón estaba realizando en Polonia en 1807. En la sangrienta batalla de Preusch-Eylau el ejército francés tuvo muchas bajas, lo que provocó que Napoleón solicitase ayuda urgente a España. Desde 1796, mediante el tratado de San Ildefonso, nuestro país se había aliado con Francia. El artículo quinto de dicho tratado sirvió como base para solicitar la ayuda española. Concretamente Napoleón solicitaba que participase la división que se encontraba en la Toscana y Parma, es decir, la región que configuraba el recientemente creado reino de Etruria, en esos momentos regentado por María Luisa, viuda del infante duque de Parma e hija del monarca español. Napoleón quería que esa división fuese una de las que se debía dirigir al norte de Europa. Está claro que el jefe de estado francés quería tener bajo su control a Etruria. A pesar de conocer las intenciones de Napoleón, Carlos IV accedió a su petición.

Se decidió que dirigiese la expedición el teniente general, don Pedro Caro y Sureda-Valero (Palma, 1761 - Portugal, 1811), tercer marqués de la Romana. Éste había nacido en Palma en 1761. Sus diversos estudios humanísticos -poseía una de las mejores bibliotecas de Palma, desgraciadamente hoy desaparecida- le permitieron conocer los ambientes de la ilustración española. En 1775, ingresó en el Colegio de Marina de Catalunya, siendo ascendido pocos años después alférez de fragata. En 1781, participó en la toma de Menorca y participó en el intento de recuperar Gibraltar. También lo hizo en la guerra contra Francia, pasando al ejército de tierra. Durante las campañas realizadas fue ascendiendo hasta conseguir el grado de teniente general.

En abril de 1807 se puso en marcha la expedición, siendo Hamburgo el lugar en dónde se reunirían los diferentes regimientos. Salieron las tropas de Etruria, el regimiento de Zamora, por el Tirol, Baviera y Franconia. También salieron tropas de España, las cuales atravesaron Francia. El marqués de la Romana se dirigió por su cuenta, seguido de los regimientos de caballería, a la ciudad alemana. Una vez reunidos en Hamburgo, las tropas españolas pasaron a formar parte del cuerpo del ejército de observación del príncipe de Pontecorvo (Bernardote). Así, los soldados españoles se situaron en las ciudades hanseáticas con la única misión de observar. Esta situación se prolongó hasta el mes de marzo de 1808, momento en que Napoleón ordenó la ocupación de Dinamarca. Durante todo este tiempo, la desconfianza fue apoderándose cada vez más del marqués de la Romana. La difícil comunicación con Godoy; las sospechosas intenciones del emperador en ocupar Suecia, país de poco interés estratégico y que lo único que conseguía era postergar al ejército español en el norte de Europa; y los graves acontecimientos que se iban encadenando en España: el motín de Aranjuez, la abdicación de Carlos IV y la proclamación de Fernando VII... todo ello no hacia sino incrementar las sospechas y preocupaciones del teniente general mallorquín.

Con la ocupación de Dinamarca, el ejército español fue disgregado y repartido en pequeños destacamentos con la misión de vigilar la costa. En el mes de junio regresó de España un grupo de oficiales que habían sido testigos de la trágica jornada del dos de mayo. Su testimonio no hizo sino confirmar las sospechas que se tenían, lo que provocó el descontento y la reacción de las tropas españolas. En el mismo mes de junio tuvo lugar una entrevista entre el marqués y el reverendo Roberston, enviado por el gobierno británico a instancias de las peticiones de las juntas de defensa españolas. El plan de huida se empezó a fraguar al mismo tiempo que José Bonaparte entraba en península Ibérica para proclamarse nuevo rey de España. Napoleón, mediante Bernardote, quería que los militares españoles diseminados por Dinamarca jurasen la nueva constitución. Empezó entonces una tensa y delicada situación para el marqués de la Romana, de la cual, al final salió airoso, pues pudo recuperar una buena parte de su ejército embarcándolo en diferentes navíos de la flota británica. Don Pedro Caro embarcó en el "Soberbio", a bordo del cual lo recibió con todos los honores el almirante Keats. El 27 de agosto, la flota se reunió en Goteborg y allí, pocos días después, recibieron la noticia de la victoria de Bailén. Al llegar a España se le otorgó "El ejército de la izquierda" y combatió a los franceses. Más tarde fue miembro de la Junta Suprema de Defensa. El 4 de enero de 1811, murió en Portugal víctima de un aneurisma.

Sus restos mortales fueron trasladados a Mallorca, recibiendo sepultura en el convento de Santo Domingo, en el espectacular panteón que realizó Josep Folch Costa, hoy conservado en la Catedral, del cual en otra ocasión podremos hablar.