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El sexting de Goya

Durante muchos días he visitado a Goya de noche. No sólo eso: me han invitado a su casa varias veces y allí, en el salón principal -marfil, beige y verde aguamarina-, he hablado de escritura y literatura. Lo que cuento es tal cual, pero no ha ocurrido en España, sino en Francia. O mejor, en Burdeos, donde he pasado temporadas y adonde regreso cada vez que puedo. Pero decía que durante muchos días he visitado a Goya de noche y no ha sido en sueños. Entre la iglesia de Nôtre Dame -allí iba a misa los domingos el escritor François Mauriac- y la Cámara de Comercio, se alza la imponente estatua de Goya hecha por Benlliure -el mismo que aquí plantó a Maura en la Plaça del Mercat-. En cuanto a la casa, Goya tuvo varias en Burdeos: su exilio fue el de un hombre con dinero, nada de pobrezas, y las casas -al revés que Moratín, que también vivió exiliado en la ciudad y la amó mucho- Goya las compraba, no las alquilaba.

La casa donde he sido invitado a charlar fue la última que tuvo en Burdeos y hoy en día es la sede del Instituto Cervantes. Está situada en la calle principal de la ciudad, Cours de l'Intendance, y mira a la catedral de Saint André, al final de la rue Vital Carles. Quizá sea lo elevado de su calefacción, quizá las egrégoras del pintor aragonés, quizá su reforma interior, pero siempre he encontrado un poco opresiva la atmósfera de esa casa. Y en cuanto a las visitas al artista, después de cenar -cuando me encuentro en Burdeos- suelo dar un paseo por la ciudad y una de mis escalas es saludar al ceñudo Goya, caminante con bastón, sombrero de copa en una mano y abrigo abierto -sí, como Johny Walker, el del whisky- en lo alto de su pedestal. Allí, alguna vez, he pensado en la duquesa de Alba -si es que fue la duquesa la modelo de La maja desnuda- y en los amores o calenturas del joven Goya antes de ser quien llegó a ser en la corte y en el mundo de la pintura de su época (lo demás ya no pudo verlo).

El escritor Pierre Michon, en su libro Señores y sirvientes, tiene un maravilloso retrato de ese Goya joven que busca reconocimiento y fama, mientras por dentro se burla de Mengs o Tiépolo, ya consagrados. A mí, Michon me gusta mucho -creo que su Vidas minúsculas es uno de los grandes libros del último tercio del siglo XX- y todos esos retratos relacionados con el arte de Señores y sirvientes son tan sutiles como abrumadoramente extraordinarios. Después de leerlos, sabes que nunca podrás escribir sobre la pintura del pasado de forma tan luminosa. Y si hablo de sutilidad y luz es porque Goya también poseyó una sutilidad inusual y luminosa, previa a deslizarse -aunque deriven de ella- hacia las máscaras y carotas que surgieron a partir de la guerra de la Independencia. Aquella guerra ennegrece la pintura y las ideas de Goya y todo su mundo de refinamiento dieciochesco -tan patente en los retratos (cortesanos o burgueses) y en los cartones para los tapices de la Real Fábrica- desaparece en favor de la carnavalada oscura y a menudo siniestra o espantada, que tan bien define la posteridad del hombre de la Quinta del Sordo.

Pero si la guerra lo ennegrece, es el amor quien lo ilumina una y otra vez: un solo amor, por eso. Basta leer las recientes cartas adquiridas por el museo del Prado donde Goya se revela enamorado no de una mujer -tampoco de la suya, Josefa Bayeu- sino de su amigo Martín Zapater, a quien retrató en dos ocasiones. 'Mi amigo amoroso' llega a definirlo, un amor clandestino que duró hasta su muerte. Y más que enamorado, Goya aparece inflamado por el amor, inmerso en esa combustión que nunca acaba y practicando el sexting antes de que se inventara digitalmente. ¿El sexting, dice?: efectivamente. Las palabras no le bastan a Goya -y eso que llega a decir que su amistad le 'quema' y firma como 'Tu Paco que te adora'- y antes le recuerda: "Con tu retrato delante, me parece que tengo la dulzura de estar contigo. Ay, mío de mi alma, no creyera que la amistad pudiera llegar al período que estoy experimentando€" Después dibuja en sus cartas corazones envueltos en llamas y un falo que se supone es el suyo cuando piensa en su amor, o el de su amor cuando piensa en él. Puro sexting: gay en este caso y quizá no el primero. Durante el XIX se extendió bastante: pienso ahora en el fotógrafo alemán barón von Gloeden, o en nuestro archiduque Luís Salvador de Austria, que fue receptor de algún que otro pene en ristre en su correspondencia. Porque, homo o hetero, hay un sexting más descarado al principio de una relación, que va amortiguándose con la confianza y el afianzamiento del amor. Es curioso -y algo injusto- cómo se es más impúdico con lo aún desconocido que con lo que va conociéndose, salvo que la pasión permanezca, como es el caso de Goya, y no sea sustituida por la estrategia, esa sofisticación que todo lo asfixia.

En fin, a mí no me miren, que ni tengo facebook, ni twitter, ni instagram, ni wassap, ni teléfono digital siquiera, pero hasta las anticuallas tecnológicas hemos sabido o sabemos lo que es el amor y lo que son sus rastros escritos. Incluso en los tiempos de su falsificación lo sabemos.

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