Entre toda la avalancha de indignación social -del todo justificada, por otra parte- que ha desatado la sentencia de la Audiencia Provincial de Navarra a raíz de la bárbara agresión sexual perpetrada por los integrantes de 'La Manada', me ha llamado especialmente la atención el comunicado emitido por la comunidad de las Carmelitas Descalzas de Hondarribia. Si bien es cierto que en los últimos tiempos -especialmente desde el nombramiento del Papa Francisco- la Iglesia católica se ha caracterizado por una mayor claridad a la hora de condenar los abusos cometidos dentro y fuera de la institución que representa, la nota de las monjas de clausura de Hondarribia constituye un decidido y hasta ahora insólito testimonio a favor de la libertad de todas las mujeres, con las cuales, a pesar de la opción de renuncia por la cual han apostado, se sienten tan solidarias como identificadas.

Alguien podrá argumentar que se trata únicamente de una más de las numerosas muestras de rechazo a la sentencia de la Audiencia navarra, es cierto. Pero creo que es justo destacarla por dos razones: la primera y más importante, porque proviene de un colectivo que tradicionalmente ha optado por el silencio ante hechos o delitos que han suscitado la condena unánime de una buena parte de la sociedad civil; la segunda, por el componente solidario y de empatía sin fisuras hacia la víctima del acoso y posterior violación -por mucho que lo niegue la Audiencia- que los miembros de ese grupo execrable autodenominado 'La Manada' cometieron el día de autos en plenas fiestas de San Fermín.

Otro de los aspectos que llama positivamente la atención en el comunicado de las carmelitas vascas es la reivindicación que, en nombre de la libertad, hacen de su vocación religiosa, una reivindicación que hacen extensiva a cualquier ámbito de actuación en que los derechos de la mujer sean protagonistas: "Y porque es una opción libre -refiriéndose a su condición de religiosas enclaustradas- defenderemos con todos los medios a nuestro alcance el derecho de todas las mujeres a hacer libremente lo contrario sin que sean juzgadas, violadas, amedrentadas, asesinadas o humilladas por ello". Tampoco se andan con rodeos a la hora de opinar sobre la polémica sentencia: "No se puede aceptar -afirman- que se cometa una atrocidad de éstas y la que sea juzgada, condenad y humillada públicamente sea la víctima".

Más claro, agua. Es reconfortante comprobar como el feminismo, ese movimiento igualitario que mostró toda su fuerza y empuje en las manifestaciones del pasado 8 de marzo, se extiende como una mancha de aceite a todos los ámbitos de la sociedad. No hubiera estado de más que algún otro colectivo eclesiástico de signo masculino se hubiera pronunciado con la claridad y contundencia con las que lo han hecho las Carmelitas de Hondarribia. Pero nos guste o no, y como en tantas y tantas cosas, las mujeres han ido un paso por delante en lo que se refiere a la defensa de derechos y libertades fundamentales. Los derechos de las mujeres lo son -no está de más recordarlo, vista la lamentable sentencia de 'La Manada'- y así nos lo han recordado desde esa pequeña comunidad religiosa con inusitada clarividencia.

Y es que -tampoco está de más recordarlo- la dignidad de las mujeres también es cosa de hombres. Que nos subamos al carro de la igualdad o nos quedemos definitivamente rezagados está en nuestras manos; la oportunidad histórica está ahí, y con comportamientos como el protagonizado por 'La Manada' no caben ni la tibieza ni las medias tintas, ni mucho menos proyectar la más mínima sombra de duda sobre el papel de la mujer acosada y vejada, como se han encargado sabiamente de recordarnos las monjas de Hondarribia.

* Presidente de la asociación “Homes per la Igualtat - Mallorca”