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Matías Vallés

Pedro Sánchez pide el voto para Rajoy

Bajo la perspectiva actual, las terceras elecciones generales en un año que se presentaban con tonos apocalípticos, casi parecen un mal menor. Incluso para el PP, que debía ser el beneficiario de una legislatura que amenaza con desintegrarlo. El duelo de Reinas en la catedral de Palma se queda pequeño, frente a la hostilidad también exteriorizada por Soraya Sáenz de Santamaría y Dolores de Cospedal en su particular versión del Dos de Mayo. La silla intercalada impidió que llegaran a las manos, la estrategia puede servir en los actos compartidos por Sofía de Grecia y Letizia Ortiz.

Por fortuna, el galante Pedro Sánchez no tolerará un hundimiento de los populares. Este voluntarioso predicador ha emprendido una campaña en la que pide el voto para Rajoy, solapado tras el argumento de que las encuestas mentirosas no tienen ningún derecho a socavar las expectativas de sus socios populares, sin duda mejores de lo calculado. De hecho, el derrumbe del PP en los sondeos no ha provocado una conmoción reseñable en su máximo responsable, de ahí que el PSOE haya acudido solícito en auxilio del partido al que regaló la presidencia del Gobierno.

El fervor de Sánchez por el PP contrasta con el fuego amigo y las tumbas emparejadas que se han puesto de moda en el partido conservador. A estas alturas de la estupefacción, se ignora si el secretario general socialista abandonó el Congreso para no abstenerse en la investidura de Rajoy, o porque quería votar a favor del investido. En una interpretación más pudorosa, la izquierda pretende evitar el escándalo de un apoyo público en el Parlamento, remitiendo la maniobra al voto secreto de las urnas.

Sánchez debería modular su entusiasmo a favor del PP, porque se arriesga a que sea el único punto de su programa en que los electores socialistas se dispongan a obedecerle. La autopsia de las elecciones catalanas demuestra que numerosos votantes del PSOE experimentan una pulsión para desplazarse alternativamente hacia Ciudadanos o Podemos. Tanto los sondeos retrospectivos como los prospectivos enfocan hacia los socialistas recalcitrantes que ya habían preparado el equipaje para el éxodo, antes de que lo recomendara su líder mortecino.

Cabe reconocerle a Sánchez un elemento de nobleza, en la franja de la hidalguía tan castellana. Rajoy no apoyaría en ningún caso a un PSOE que le aventajara en el marcador. Al contrario, no hallaría inconveniente en zancadillear al actual secretario general socialista por traicionar a los muertos de ETA. Esta asimetría despertaría alguna simpatía hacia el huidizo líder de parte de la izquierda, en un mundo más idílico que la política carnívora.

El problema fundamental no consiste en valorar el comportamiento de Sánchez, sino en entenderlo. Una vez repasada la escasa documentación al respecto, o el secretario general sabe algo que nosotros no sabemos, o sus enemigos saben algo que nosotros tampoco sabemos, y que le obliga a comportarse como un dócil acólito del PP. Todo ello después de haber protagonizado la mayor rebelión, con perdón, contra la estructura bipartidista y los fundamentos económicos del sistema. Ha migrado de casi anarquista a casi ultraconservador, en dura competencia con Pablo Iglesias.

La reivindicación de Rajoy a cargo de Sánchez no solo persigue evitar el derrumbe del PP, para facilitar su sustitución con cierta dignidad por parte de las huestes de Rivera. El sacrificio del líder puede sellar además una mayoría absoluta de PP y Ciudadanos en el Congreso, un logro sin precedentes para los socialistas. Por primera vez en democracia, las encuestas colocan a dos partidos de derechas en las dos plazas de cabeza.

La inhibición animosa de Sánchez conduce al primer ejemplo de un partido populista adelantando a un miembro del bipartidismo en unas generales, el sorpasso. Y si Rivera mantiene su primera posición, habrá superado a los dos gigantes de la transición. Esta circunstancia, inaugural a escala del Estado, cuenta con un antecedente en las catalanas, con perdón, del 21D. Inés Arrimadas ya desbancó a PP y PSOE, por lo visto no se trataba de una anomalía regional.

La pulsión derrotista no es nueva en la cúpula del PSOE. Cuenta con el precedente de las ansias de González por perder las elecciones de 1996 ante Aznar. Para lograrlo, el patriarca socialista desarrolló la peor campaña imaginable. Estaba afectado por el síndrome de La Moncloa, pero su abandonismo se desataba tras catorce años en el palacio. A Sánchez le aqueja la misma enfermedad antes de debutar.

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