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José María de Loma

Feria del libro

En breve serán las ferias del libro. Pocos placeres tan espectaculares hay como salir un sábado al encuentro de la mañana primaveral de brisa leve y escaso calor, caminar hacia los puestos que exhiben libros, engolfarse viendo solapas y acariciando volúmenes, curiosear, preguntar, admirarse, sobar novedades. Y dirigirse luego a tomar un buen vino o una caña fresquita con sus correspondientes aceitunas mientras de nuevo sacamos de la bolsa los ejemplares adquiridos y los ojeamos y hojeamos. Vendrá el almuerzo y luego la siesta y la tarde se abrirá ante nosotros con la perspectiva de la lectura. Felicidad pura.

Claro que después la realidad puede ser otra: una feria del libro raquítica en cuanto a número de expendedores o en el quinto cono, cono naranja fosforito de esos que ponen en las obras. O una feria desnuda de gente, ayuna de visitantes, marcada por ausencias. Una vez fui a la Feria del Libro de una pequeña localidad. Y no había nadie. Bueno, estaba el coordinador, que me dijo que si no me importaba firmar libros. Le dije que no había escrito ninguno y me respondió que no importaba. Me señaló un asiento y tomé asiento. A veces soy así de previsible. Era el asiento de firmar. Una vez sentado, el coordinador me dijo que si no me importaba levantarme y ponerme en la cola para que me firmaran el libro. No entendí nada, o mejor dicho, lo entendí todo, así que me levanté, miré al sillón y dije: fírmeme el libro, por favor, es para un amigo. Ponga, con cariño, para Eustaquio. A continuación corrí a sentarme y dije: será un placer. Y estampé la firma y la dicha dedicatoria. Creo que en un libro de buenas prácticas fiscales en Islandia. A continuación, el coordinador me rogó que antes de irme diera las gracias por venir a todos los asistentes a la Feria, dado que el concejal de Cultura estaba muy ocupado como para venir. Me subí a un atril e improvisé un discurso. Discurso, para ser sincero, amigo lector, que no pasará a la historia de la oratoria, pero que tuvo el mérito de tener buena estructura a pesar de ser improvisado. Me bajé del atril (y esta vez sin que el coordinador me dijera nada) y aplaudí, me volví a subir y di las gracias por los aplausos. Tan metido estaba en mi papel que no reparé en que el coordinador se había ido. O era yo, que nunca se sabe, que últimamente estoy muy polivalente.

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