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Don't drive drunk

Tendría yo unos veinte años cuando fui a visitar a mi familia alemana a Aquisgrán. Una noche, mi primo Alexander me llevó de fiesta (entonces se decía "de marcha") con sus amigos. Bebimos cerveza durante toda la noche, menos uno de los chicos, que insistía en pedir zumo de manzana. Cuando supe que evitaba el alcohol porque era el encargado esa noche de conducir el coche que nos transportaba a todos, apenas si me lo podía creer. Eso era Europa.

La realidad española estaba a años luz. No sé cuántas veces conduje con unas copas de más en mi juventud, pero fueron unas cuantas. Obviamente, si no te tenías en pie, los amigos insistían en que volvieras a casa en taxi, pero si "solo" estabas medianamente ebrio; lo lógico era que cogieras el coche para volver a casa. Y nadie decía nada.

Han pasado treinta años desde que salí aquella noche por los pubs del casco histórico de Aquisgrán, pero las cosas han cambiado poco. Una información publicada por Diario de Mallorca el pasado domingo ha revelado que conductores ebrios o drogados han causado más de cuarenta muertes en las islas en una década. No cuatro, ni catorce, sino cuarenta personas, la mayoría peatones y ciclistas, se dejaron la vida en el asfalto.

Asimismo, las cifras ofrecidas por la Guardia Civil y la Policía Local de Palma arrojan una realidad escalofriante: 5.400 test de alcoholemia o drogas dieron positivo en 2017. Lo que significa que nos cruzamos cada día en la carretera con conductores que son una auténtica bomba de relojería. Sin embargo, conducir ebrio o bajo los efectos de las drogas sigue siendo considerado una banalidad, una conducta poco apropiada, es verdad, pero tampoco tan grave.

Todavía recuerdo a José María Aznar, diez años atrás, bastante achispado y con una chulería rayana en la mala educación, ironizar acerca de las campañas de la DGT contra el consumo de alcohol al volante: "¿Quién te ha dicho a ti que quiero que conduzcas por mí? (respecto al conocido lema 'No podemos conducir por ti'), graznaba. Aznar perpetró esas declaraciones cuando acababa de recibir la medalla de honor de la Academia del Vino de Castilla y León. En esa misma ceremonia, recalcó: "Las copas de vino que yo tengo o no tengo que beber déjame que las beba tranquilamente; no pongo en riesgo a nadie ni hago daño a los demás". Lo que además de una barbaridad, suponía una flagrante mentira.

Como todo en esta vida, la educación empieza por uno mismo. Cada uno de nosotros debe ser consciente de que al volante no se puede tomar ni una gota de alcohol ni fumar una calada de marihuana. Todos somos mayorcitos y podemos hacer con nuestra vida lo que nos dé la gana, cada cuál elige cómo perjudicarse. Y, sin embargo, cuando ponemos en riesgo la vida de los demás, nuestros gustos y apetencias dejan de ser relevantes.

No se trata tanto de reclamar una condena penal más elevada, que quizás también, como una tajante condena social. Conducir borracho no es un juego, no es divertido, no forma parte de la fiesta. Hay que asumir que un coche en marcha es un arma peligrosa y que no se puede frivolizar con ello. Y si un día lo hicimos, tenemos que dejar de hacerlo, igual que hemos dejado de circular con los niños sin sujeción en el asiento de atrás o sin cinturón de seguridad.

Dejemos de una vez de ser complacientes con conductas tan irresponsables y condenémoslas severamente en nombre del civismo y la conciencia ciudadana. Eduquemos a nuestros hijos en la responsabilidad individual. Seamos conscientes de que las condenas por este tipo de homicidios van desde una multa a los cuatro años de cárcel y valoremos si son penas ajustadas al delito al que nos referimos. Reclamemos campañas de información y sensibilización cada vez más frecuentes y más verosímiles. Y si tiene que volver Stevie Wonder, que vuelva.

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