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Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

El Queensgate

El día que mi psicólogo, que es muy sabio, me explicó que lo verdaderamente importante no es un problema en sí sino la forma de resolverlo, respiré profundamente. Relaja bastante tener cierto margen para, o bien tratar de enmendar un desaguisado, o bien acabar de destrozarlo. En cualquier caso, es una oportunidad que vale la pena tener en cuenta.

Hace años una compañía eléctrica que hacía unos arreglillos en mi calle hizo tal cantidad de arreglillos de más que acabaron provocando una subida de tensión. La mitad de los electrodomésticos de los vecinos de abajo se estropearon, la televisión de la vecina de al lado se apagó para siempre, el microondas hizo pum y en casa explotaron varias bombillas. Raudos y veloces unos cuantos interpusimos una queja. En menos de dos horas recibíamos una llamada del responsable de la subcontrata. Se presentó, admitió el error, asumió responsabilidades, pidió disculpas, fue sincero, volvió a pedir perdón y ofreció una solución. Casi, casi habríamos firmado una y mil veces más para volver a sufrir la experiencia de una caída generalizada de todo un sistema eléctrico doméstico con riesgo de incendio incluido. Imposible no rendirse ante tanta amabilidad y una voz grave de lo más sexi.

Una amiga mía suspendió un examen de química. Fue a hablar con la profesora y ésta le dio una segunda oportunidad tres días más tarde. Sacó notable. ¿Qué hizo? Admitir que, hasta la fecha, había copiado y que el día que la cambiaron de sitio en el examen fue el final de su buena racha. La profesora reconoció su sinceridad y le dio un plazo de tres días para aprender los contenidos de cinco meses. Vaya si los aprendió. Y no volvió a copiar. Todos hemos padecido los retrasos de las compañías aéreas. Un incordio mayúsculo, pero el agravio es menos agrio si nos tratan bien o, como mínimo, nos informan. Un amigo se enteró que su pareja se había enamorado de otro porque, cosa rara, se lo dijo a la cara. Se sentaron en un bar y ella se lo soltó: "Deseo a otra persona y no puedo evitarlo". Fue una faena y mi amigo salió del ruedo apaleado, pero digno. Percibir que no te intentan tomar el pelo no tiene precio.

Los atentados del 11 de marzo fueron un horror. La gestión de ese horror y la falta de decoro del gobierno de Aznar incrementaron la pesadilla y el descrédito hacia ellos. En el ámbito de lo político, en que los problemas y los ineptos crecen como setas, la falta de capacidad para solventar las miserias se multiplica. Cataluña y Cifuentes, por poner ejemplos facilones. Todo habría sido diferente si desde el principio las intenciones de las partes se hubieran dirigido a resolver y no a revolver.

El caso Queensgate se lleva el primer premio en la categoría de resolver un conflicto y morir en el intento. En la Seu se hizo un papelón. Que traten de salvar la imagen de una nuera malcriada a base de montar un teatrillo de miradas cómplices, sonrisas, manos cogidas y posado frente a la puerta de la clínica en la que el rey emérito se recuperaba de una intervención, está demasiado cerca del insulto a la inteligencia. Cuando de arreglar un problema se trata, el respeto a los interlocutores es un mínimo. Para ver sainetes, mejor nos vamos al teatro.

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