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Antonio Papell

Puigdemont, la piedra en el zapato

El múltiple regalo alemán a Puigdemont, la negativa a conceder la euroorden por rebelión, la libertad condicional y el espaldarazo que le ha dado la irresponsable ministra de Justicia en el Süddeutsche Zeitung, complica objetivamente el desenlace del conflicto catalán. Veamos por qué.

Uno de los elementos ya inamovibles de la coyuntura catalana es que la Justicia ha tomado cartas en el asunto y llegará hasta el final en la depuración de responsabilidades. Quiere decirse que Puigdemont y los otros 24 imputados por el juez Llarena en la causa sobre el Procés -de los 25, 13 lo son por rebelión- no desempeñarán previsiblemente un papel activo en el inmediato futuro porque estarán en prisión y/o inhabilitados. En el mejor de los casos, y si la racionalidad se impone a plazo no muy largo, el testigo del soberanismo recaerá en personas que han ocupado segundos niveles y no se han contaminado penalmente en esta descabellada aventura de desobediencia civil y menosprecio de la legalidad vigente.

A corto plazo, el conflicto descansaría en parajes transitables si las dos formaciones soberanistas accedieran a formar un gobierno con personas no imputadas que, lógicamente, mantendrían vínculos intelectuales y sentimentales con los líderes de la intentona, pero que tendrían que asumir personalmente la responsabilidad del poder y dedicarse, como primera providencia, a la reconstrucción de las instituciones de autogobierno dentro del marco legal.

Si se emprendiera este camino, que significaría el regreso a la legalidad democrática -y que por lo tanto no tendría por qué ser el reconocimiento de una derrota humillante-, todas las puertas del futuro quedarían abiertas, dentro, claro está, del círculo constitucional, pero sin renuncia alguna a las ideas ni a las ideologías. Y es claro que la normalización requeriría, en última instancia y a medio/largo plazo, la paulatina rehabilitación de los excluidos por sus infracciones penales.

Puigdemont es sin embargo el principal obstáculo a que esta ruta de razón y buena voluntad pueda recorrerse, y una piedra en el zapato de los nacionalistas moderados. Desde que el expresidente (presionado irresponsablemente por ERC) renunció a convocar elecciones para que no se le considerara un traidor o un cobarde, accedió a la declaración ambigua de la independencia y se evadió del país para no ser detenido, el exalcalde de Girona, un personaje gris elegido por Mas para reemplazarle cuando la CUP le vetó para la presidencia de la Generalitat, ha asumido un papel mesiánico que amenaza con arrojar a la sociedad catalana al despeñadero en una especie de atávico sacrificio ritual. En esta deriva, Puigdemont cuenta con algunos leales irreductibles e igualmente fanáticos dentro de JxCat, pero ERC -vuelta en sí de su delirio- y una parte considerable del PDeCAT están horrorizados por el catastrófico porvenir que ha trazado el teórico líder€ por más que no se atrevan a disentir en público, en cuyo caso serían también descalificados con los más graves insultos por quienes gestionan la épica de esta bien poco emocionante epopeya.

Son ya muy pocos quienes, desde el nacionalismo, secundan a Puigdemont en su descabellda idea de que, al ser él el cabeza de lista soberanista más votada (aunque con menos apoyos que Ciudadanos, ganador de las elecciones), el único gobierno legítimo de Cataluña es el que pueda encabezar, incluso el que podría formar en el exilio, sin operatividad alguna ni reconocimiento internacional. En cambio, la mayoría de sus conmilitones y compañeros de viaje, mucho más prosaicos, han caído en la cuenta de que Cataluña vive en una insostenible situación de inestabilidad y ha empezado a desangrarse material y moralmente. La salida de miles de empresas es más irreversible cada día que pasa; los eventos internacionales que se celebran periódicamente corren serio peligro de marcharse a otros parajes más tranquilos; el turismo decae porque no quiere inestabilidad alguna€ Por eso, secretamente, hay en el soberanismo más partidarios de que Puigdemont se eclipse que asiduos a su persona que quieren seguir viendo sus esfuerzos patéticos por ser lo que no es y por alcanzar aquello que ya le está definitivamente vedado.

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