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Camilo José Cela Conde

Máster

Una simple orden del rector sirve para que el acta se reconstruya, o se deconstruya

Un máster está a punto de acabar con la carrera política de Cristina Cifuentes, presidenta de la comunidad autónoma de Madrid, si no lo ha hecho ya. No sé bien a qué materia ni disciplina pertenece ese título, si bien la propia afectada ha dejado claro que no sirve para ejercer oficio alguno, ni hablita para el acceso a ningún colegio profesional. Se deduce que quienes lo cursan lo hacen por el puro placer intelectual de adquirir conocimiento pero, según ha quedado también claro, resulta que ése en particular deja que los alumnos se matriculen después de su comienzo y mientras queden plazas disponibles, por lo que uno de los desafíos intelectuales que proporciona es el de averiguar si podría uno matricularse en el último momento, cuando las clases se hayan dado ya todas ellas y sólo quede pendiente el examen. Vaya reto de los dignos de agitar cualquier mente: examinarse de aquello que se ignora porque el efecto -el aprendizaje- resulta ser anterior a la causa -las lecciones, que no se han oído.

Pero tampoco, porque la presidenta, en un esfuerzo pedagógico encomiable, nos ha explicado que el máster en cuestión no exigía la asistencia; era posible, pues, matricularse antes de que comenzase pero guardar la inscripción, previo pago, en el cajón de los olvidos llevando los compromisos -que una presidenta de gobierno, incluso regional, tiene muchos- hacia otra parte. No sé cuál de los retos puede tenerse por superior, si el del examen al instante siguiente de la matrícula o meses más tarde de ésta pero con el almacén de la memoria limpio de toda mancha habida cuenta de que no se ha ido a ninguna clase.

Y al cabo sucede, ¡oh sorpresa!, que el resultado puede ser el mismo en uno y otro caso porque quienes diseñaron ese cúmulo de enseñanzas tuvieron en cuenta los sinsabores a los que llevaría un examen horro de saber alguno y permitieron que no haya que hacer la prueba (total, para qué), aliviando cualquier duda. Basta con presentar un trabajo de fin de máster con el título, por ejemplo, de "Venturas y desventuras del examen a partir de la nada: ejemplos prácticos y manual sobre cómo disimularlos". Lo que contenga el trabajo tampoco importa mucho ya que se dispone de un mecanismo automático de extravío de los folios: te dan el acta de aprobado, o notable, o lo que sea, y a otra cosa, mariposa.

Salvo que, ¡ay!, el acta se pierda también, con lo que siempre que se necesite para qué sé yo, un debate con la oposición, por ejemplo, aparece un problema. Bien fácil de resolver, dado que una simple orden del rector sirve para que el acta se reconstruya, o se deconstruya, que no es cosa de andarse con melindres a estas alturas, pidiendo a los miembros del tribunal que se avengan a firmar de nuevo el papel. Pueden luego negar su firma e incluso la existencia del máster. Que ya me acuerdo de cómo se llamaba: Teoría y práctica de la administración pública.

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