El caso del máster de la presidenta de Madrid, Cristina Cifuentes, pinta peor cada día por las pruebas de los cargos contra ella y por las de descargo de ella. Es seguro que quiso engordar el currículo que es afán general. "El español, como el tordo, la experiencia pequeña y el currículo gordo".
En los currículos se meten hasta las Vacaciones Santillana pese a que, salvo en las polideportivas oposiciones para contratar funcionarios del Estado, lo que funciona en el mercado laboral es la vida social: ser conocido de alguien es lo que más puntos da para que se bautice como empleado a quien tenga padrinos.
Se habla de la titulitis española pero no de la titulimia, un deseo compulsivo de posgrados, diplomas y congresos que va más allá de las necesidades de conocimiento. A partir de un nivel, la gente va sobretitulada al infraempleo, preparadísima al precariado.
Que un grado universitario no lleve a un empleo sólo es que aceptamos la privatización del tramo final de la enseñanza superior para beneficios de los bancos a través de créditos, universidades privadas y unas cosas llamadas becas que son empleo no remunerado. Es conocida la oferta de enseñanzas que no enseñan, puesta en práctica de lo que se anunció a finales del XX: en un mundo con muchos desempleados, el negocio será la educación. Otra posibilidad de negocio abierta a la estafa.
Cifuentes tenía trabajo y cara de lista pero quiso engordar su currículo. ¿Qué necesidad tenía? Ninguna. Ni falta. El criterio de necesidad es de pobres. Véanse la corrupción en torno a otra presidenta que no necesitaba dinero porque era rica de por casa y la explotación empresarial que dirigen magnates con 50 vidas millonarias pagadas y sólo una para disfrutar.