Siempre tendremos que agradecerle a Cifuentes su franqueza a la hora de poner a los pies de los caballos a sus predecesores en la Comunidad de Madrid, verdaderos sinvergüenzas que hicieron mangas y capirotes con el dinero público de los ciudadanos e hicieron alarde de un nivel de vida impropio en quienes han de vivir de un salario público. Lo lamentable es que quienes tenían que haber detectado aquella degradación, con Esperanza Aguirre al frente, no hubiesen sido capaces de ver lo que se cocía a su alrededor.
Con todo, Cifuentes había medido convenientemente sus fuerzas a la hora de emprender tan descomunal batalla porque, según se ha está viendo, cometió errores -llamémosles piadosamente así- que podían salir fácilmente a la luz.
No niego, en absoluto, la pericia de los medios de comunicación que han sacado a la luz el escándalo del máster y han actuado plausiblemente como perros guardianes de la democracia, pero constato que esta clase de investigaciones son más productivas cuando la persona investigada tiene muchos enemigos poderosos dispuestos a colaborar en la destrucción del personaje.
En la Comunidad de Madrid han sucedido demasiadas cosas para que la claridad se imponga sin una catarsis previa que incluya el reemplazo integral de los equipos políticos en cuyo seno ha medrado una colosal falta de ética que ha salpicado a demasiada gente.
